lunes, 5 de abril de 2010

El Calvario, vecinos invisibles


Una natilla, mezclada con pasas, coco, pesticida y vidrio molido, que trató de “exterminar” el hambre de decenas de habitantes de la Calle del Barrio El Calvario, pleno de centro de la ciudad de Cali, el 31 de diciembre del año 2009, y que ocasionó la muerte de cuatro de ellos, generó que los que antes no querían ver y oír de estas personas, miraran de nuevo este sector de la Capital del Valle, marcado por la indiferencia.

El Calvario, que lleva el nombre dado al monte en las afueras de Jerusalén donde Jesús fue crucificado, desde su creación en 1964, parece haber crecido bajo el manto de la maldad ya que allí, el hambre, las drogas, el dolor, el rebusque y la pobreza extrema se confunde en un solo sitio.

Calles que saben a muerte, andenes que huelen a orín y mierda, esquinas y cruces “adornadas” con adolescentes inhalando pegante, niños y niñas lanzados a la calle que buscan sobrevivir, casas de bareque y esterilla convertidas en “guaridas”, drogadictos e indigentes que esquivan la muerte en medio de basuras, un ambiente de angustia y sueños escondidos, son las imágenes que día y noche desdibujan este sector de Cali, que para muchos no existe y que parecen sacadas de una zona desvastada por una catástrofe.

El Calvario, en donde la violencia es parte de su historia, junto a los barrios Sucre, San Pascual y San Bosco, se encargan de establecer la división entre una Cali apática que cree que ya no se puede hacer nada por ellos y otra que le brinda una mano de esperanza, así sea solo brindándoles agua de panela, pan y café, cada ocho días.

Pero en medio de tanta dureza, estos habitantes de la Calle o desechables para muchos, que han perdido su dignidad y que son tratados sin respeto, como si no tuvieran valor, tienen historias que conmueven y otras que parecen sacadas de una película de horror.

El Calvario, este sitio marginado de Cali, es para los 2.035 habitantes de la calle que existen en la ciudad, el único lugar donde se escapan de la indiferencia de la sociedad y en donde la violencia es, en la mayoría de los casos, su única manera de sobrevivir.

A gritos

“Que no se aprovechen del hambre de la gente que habita El Calvario” y que “no roben para que no los envenenen”, son varias de las voces que salen -como gritos de desespero- del interior de este sector deprimido de Cali.

Son los llamados de Gladis y Leonel, habitantes de El Calvario, que con rabia y mostrando dignidad – esa que muchos de los habitantes de este lugar ya perdieron- rechazan la muerte de cuatro de sus vecinos que murieron intoxicados al comer una natilla envenenada hace 22 días.

Vestida con una blusa desteñida y pocos botones, una falda en donde se aferra como una “nigua” su hijo menor -como tratando de esconderse de los extraños- y con zapatos desgastados con el tiempo, Luz Gladis Viveros, una morena de más de 50 años, refleja en su rostro su descontento y su rechazo por la forma como trataron de matar a varios habitantes de la Calle, entre ellos su hijo, que estuvo a punto de ser contabilizado como uno de los primeros muertos del año 2010.

Para Gladys, con ese acto de “exterminio”, parecía la hora de llegada.

Mientras tanto, José Leonel Gómez Rodríguez, un quindiano de 52 años que lleva cinco años viviendo en El Calvario, sostiene que desde hace diez años, cuando le mataron a su hijo en Siloé, trata de ayudar a los jóvenes de este sector a sobresalir, pero, se ve frustrado porque no hay fuentes de trabajo.

Este hombre, que dice tener 25 años “embelleciendo” los zapatos de los demás, sostiene que la envenenada con natilla fue causada por un joven que quiso vengarse de las personas que le robaron 600 pesos a su papá.

El Señor de las Agujas

Es una noche fresca. La poca brisa que trata de entrar a El Calvario le llega a unos pocos. La luna, en su esplendor, parece alumbrar a un puñado de hombres, mujeres y niños, que rodean a un grupo de profesionales –que con camisetas blancas de “Samaritanos de la Calle”- reparten en bolsas y en una pequeña nevera de icopor acomodada en un carrito para mercar: pan, agua de panela, colada, gaseosa y café, a todo al que se le acerca en este sector, considerado uno de los más peligrosos de Cali.

Al llegar a una de las esquinas surge el señor -no de los anillos- sino el de las agujas. Un hombre con abundante cabello, como tratando de esconder sus 50 años. Alto, pero delgado, cubre su cuerpo con una camisa azul con rayas blancas, un pantalón negro y un bolso sin color, en donde guarda su botín: Alcohol Antiséptico.

Este pipero -como se le conoce a las personas que consumen este tipo de Alcohol- se llama Jairo Valencia Buitrago y es conocido en El Calvario, no solo porque lo ingiere día y noche, sino porque tiene la particularidad de introducirse una agua por uno de los orificios de la nariz y sacarla posteriormente por la boca.

Jairo -quién al hablar- en su aliento revela una buena dosis de Alcohol-manifiesta que en El Calvario hay muchos jóvenes con potencial, con ganas de trabajar, pero no tienen oportunidades.

Al recorrer El Calvario, se nota que buena parte de los hombres y mujeres que habitan este sector, se han refugiado en la droga y en el licor, no solo por desamores, abandono, sino también por falta de oportunidades.

Despreciado

Hablar de El Calvario, es hablar de los habitantes de la Calle. Personas que para muchos son “vecinos invisibles” y para otros simplemente desechables.

Diego Luis Rodríguez, es una de esas personas que – como él lo afirma – es rechazado por todo el mundo y es despreciado.

Este hombre, conocido en El Calvario, como “El Guajiro” y padre de tres hijos de 2, 7y 18 años, asegura que desde hace 20 años vive en este sector de Cali porque lo dejó la mujer.

“El Guajiro”, un moreno alto que se expresa bien y que en las épocas del narcotráfico dice haber trabajado con los capos del narcotráfico “Pacho Herrera”, “Iván Urdinola” y el “Alacrán”, manifiesta que ojala las personas que lo escuchen, no caigan en la tentación de las drogas porque hasta la muerte encuentran.

En El Calvario, ubicado en pleno centro de la Capital del Valle, el 90 por ciento de los habitantes de la calle son hombres y el resto mujeres.

Letras hechas Rapeo

Describir lo que ocurre al interior de El Calvario o la “Olla” como se le conoce a este sector en Cali -en donde la “marihuana”, el “pegante”, la “coca” la “heroína” o el “crack”, es el pan de cada día, en donde sus calles oscuras y sucias acompañan el día y la noche, sus olores se impregnan a la garganta y en donde no se vive, sino que se sobrevive, – es como hablar de una dimensión desconocida.

Este panorama es visto por los niños que habitan en este sector de Cali, de una manera diferente y expresada en letras hechas Rapeo.

Piter Alexander Riascos y Roger Estiven Segura de 12 años, son dos niños que recorriendo las calles de El Calvario, así ven su lugar en donde viven.

Pero, en medio de este Rapeo, hay historias de horror que se confunden con las de esperanza.

Es el caso de Viviana, una hermosa niña de tan solo 14 años, que con un frasco de pegante aferrado a su mano derecha, lo inhala desde los 12 años debido –según ella- por una apuesta.

A pesar de esta historia, Viviana, una niña de 14 años, hecha mujer, reitera que El Calvario “NO” es un sitio peligroso y le gusta vivir en él.

No es peligroso

Sin camisa, con un cristo de plata colgado a su cuello y un pantalón desteñido amarrado con una diminuta correa, un joven que no quiso dar su nombre, es otro de los habitantes de El Calvario, que asegura que vivir en este sector de Cali, no es peligroso.

Este joven, que habita una casa de ladrillo y sin ventanas, con 50 personas más -entre hombres, mujeres y niños- manifiesta, siempre mirando al suelo, que no se siente mal viviendo en El Calvario, porque allí vive gente normal como vive un pobre.

Para este vendedor ambulante y que paga tres mil pesos diarios de arriendo en una pieza con tres personas más, en este sector no pasa nada.

Mientras para uno El Calvario sigue siendo una "Olla", para otros simplemente es un barrio.

Bacalao

"Quiero un par de zapatos y salir adelante", es lo que pide "Bacalao", un reciclador que lleva siete años viviendo en El Calvario, ese sitio en donde asegura se vive como un animal.

"Bacalao", un moreno alto, mal vestido, pero educado al hablar, es conocido también en este sector de Cali, como el de los pies grandes, ya que calza 45.

Para este reciclador, nacido en la isla de San Andrés, graduado en termodinámica en la Universidad del Norte en Barranquilla y subcampeón en Baloncesto con el equipo de Santander, vivir en El Calvario, no es vida.

Allí -según Bacalao- se simula ser feliz, todo es superficial y se pierde la condición de persona y se empieza a vivir como un animal.

"Bacalao", como muchos de los que habitan El Calvario, extraña ser feliz.

La abogada penalista

Laura, una mujer pequeña de 39 años, manos ásperas, abundante cabello, mal vestida y sentada en un andén, con tres hombres más, hace parte de ese pequeño grupo de mujeres que se confunden entre los habitantes de la Calle que recorren –como zombis- las mal olientes calles de la “Olla”, como se le conoce a este sector en pleno corazón de la ciudad de Cali.

Esta mujer -que dice ser abogada penalista y amiga de la Senadora Piedad Córdoba, juega a la vida –como ella dice- fumando crack, esa droga que ingresa rápidamente al torrente sanguíneo, produciendo una sensación de euforia, pánico, insomnio y la necesidad de repetir la dosis.

Para Laura – según ella la más consentida del grupo- las personas que habitan El Calvario son personas y las que trataron de envenenarlos el pasado 31 de Diciembre, tienen un desiliquibrio mental.

Se vive mal

Pero mientras Laura, vive su mundo consumiendo crack, José un artista y artesano que vende cachivaches en las calles de Cali y que vive hace 28 años en El Calvario, solo pide una oportunidad.

Admirador número uno de Michel Jackson y buscando el sueño de participar en el Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá, este habitante de la Calle, asegura que en El Calvario, hay personas incomodas y se vive mal.

Laura y José, aunque no se conocen, tienen algo en común. Viven en El Calvario. Ese sector en Cali en donde no llegan ni las ambulancias ni los bomberos y en donde hasta la noche y el día piden permiso para entrar.

El Lote

Hablar en El Calvario de "El Lote" es hablar de Luis Gilberto Valencia, un hombre de 59 años que luchando contra viento y marea durante 25 años, ha logrado levantar a punta de guadua, esterilla y tablas 12 piezas que alquila a dos mil pesos solo a recicladores, en este sector conocido como la "Olla".

Gilberto, oriundo de Quimbaya, Quindío, manifiesta que durante estos largos años en El Calvario, lo que más lo ha marcado es las muertes que ha visto por atracos y por balas perdidas.

Luis Gilberto Valencia Gutiérrez, espera ahora construir una pequeña casa de ladrillo en "El Lote", para terminar sus años con sus cinco hijos y esposa en "El Calvario".

El Padre

Hablar de El Calvario, no es solamente hablar de habitantes de la Calle. Es también hablar del Padre José González, ese hombre que todos los martes de 8 a 11 de la noche recorre armado solamente de pan, agua de panela, gaseosa o café con leche, con un grupo de profesionales, las calles de este sector en donde muy pocos de atreven a ingresar o no quieren saber de él.

El Padre José González, querido y venerado en cada rincón de la "Olla", cumplirá en marzo con su programa: "Samaritanos de la Calle" 13 años atendiendo a hombres, mujeres y niños, que ven en El Calvario, su único refugio en donde son respetados y valores como seres humanos por este hombre que no distingue entre rico y pobre y menos entre blanco y negro.

El Padre José González, como lo tildó un habitante de la Calle, es un hombre caído del cielo.

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