martes, 27 de abril de 2010

En Cali, más de 4 mil niños delincuentes


Era una tarde fresca de Abril de 2010, pero con presagio de lluvia, como las que se están viviendo por esta época del año en la Capital del Valle. La Estación Los Mangos de la Policía Metropolitana de Cali, ubicada al Oriente de la ciudad, en el estigmatizado Distrito de Aguablanca -en donde habitan más de 500 mil habitantes- fue el sitio escogido para reunirme -no de manera clandestina- con un joven de 24 años que desde los 13 empezó a delinquir en las calles de este populoso sector.

Afrodescendiente, alto y desgarbado -que no inspira miedo, sino lastima- este joven, empezó su vida delictiva robando bicicletas para alimentar a su familia, en donde no le exigían estudiar, sino que llevara plata para la comida.

A los 13 años, cuando se supone que los niños estudian, hacen deporte, juegan a los policías y ladrones con pistolas de juguete, ven televisión, disfrutan del agua y la tierra, coquetean con las niñas, se duermen en los buses y desprecian la sopa, para este niño su mundo era de verdad, con armas de verdad -esas que matan gente- y consumiendo drogas –esas prohibidas para adultos y niños-.

Una vez tuvo éxito en su primer robo -la bicicleta que nunca disfruto- para este niño empezó una larga y exitosa carrera delictiva. Play Station, televisores, billeteras, cadenas de oro, anillos, relojes, celulares y zapatillas, entre otras, eran su botín diario.

Este niño, que obligado por el hambre cambio la escuela para empuñar pistolas de 210 mil pesos para robar, defenderse de las “liebres” -como él se refiere a sus enemigos- y “desbaratar” casas de “gomelos” -esos que se las picaban de la última Coca Cola del desierto- marcaron su vida desde los 13 hasta las 24 años.

La muerte, de la cual se escondió varias veces, como si se tratara de un juego, y con la cual se soñó en muchas ocasiones, luego de herir de muerte a 15 personas, no lo atormentaba, ya que tenía una amiga -en forma de pepa llamada “Roche”- que lo hacía sentir relajado, vacano, sin presión y con la adrenalina en su máxima expresión para sentirse invencible a la hora de “pegarle” al robo.

Este niño, sin nombre, pero si con una madre que lo esperaba con los brazos abiertos todos los días para recibirle la plata, sin importarle cómo la conseguía, planeaba su “trabajo” en el “gallinero” -pero no de aves- sino con 24 jóvenes que hacían parte de una de las pandillas que lleva ese nombre.

Este niño, que ahora es un joven de 24 años, padre de José Miguel, un bebe de tan solo 8 meses, ya no empuña un arma en sus manos, sino que con esas mismas hoy acaricia a su hijo y carga ladrillos y cemento para construir casas mientras aprovecha una nueva oportunidad.

Como algo “vacano” y una bendición grandísima de Dios, califica este joven la vida que lleva ahora, luego de 7 años de estar robando para alimentar a su familia y esquivar la muerte.

Cifras escalofriantes

Para las autoridades de Cali -la tercera ciudad más grande de Colombia, después de Bogotá y Medellín- los niños delincuentes es un problema de marca mayor, ya que desde el año 2007 (fecha en la cual se implementó en la ciudad la nueva Ley de Infancia y Adolescencia) hasta la fecha, Abril 2010, han sido capturados 4.386 adolescentes por diversos delitos.

El Comandante de la Policía Metropolitana de Cali, General Miguel Ángel Bojacá, al calificar estas cifras como altas, reveló que solo entre Enero y lo corrido del 2010, ya son 624 los niños capturados, de los cuales 16 han cometido crímenes.

Según la Policía, de los 624 menores capturados en lo que va del 2010, han quedado libres 526, en internamiento preventivo 66 y en detención domiciliaria 25. Cabe anotar, que 583 son niños y 41 niñas.

En el 2007 los menores detenidos fueron 804; en el 2008 ascendió a 1.294 y en el 2009la cifra siguió subiendo hasta llegar a 1.624.

Para la Policía, el Distrito de Aguablanca (compuesto por tres comunas y habitada por inmigrantes que poblaron el sector desde 1970 a raíz de los Juegos Panamericanos), aporta el mayor número de menores delincuentes en Cali, con edades entre los 16 y 17 años.

Los delitos más frecuentes cometidos por los niños, son en su orden, porte de armas, de los cuales han sido detenidos 205 en los últimos cuatro años; por tráfico y porte de estupefacientes 158 y por hurto 123.

lunes, 26 de abril de 2010

En Cali, padres entregan a sus hijos por falta de dinero


Me encontraba en el Comando de la Policía Metropolitana de Cali y Valle*, a la espera de una entrevista con su Comandante, General Miguel Ángel Bojaca, para hablar sobre los niños delincuentes en la ciudad. Mientras tanto me atendió la Jefe de Infancia y Adolescencia, Teniente Adriana Bohórquez.

La oficial, quién me entregó información sobre la situación que se vive en Cali con los niños y adolescentes, dio un dato que me llamó mucho la atención. Se trata de los niños que han sido entregados por sus padres a las autoridades por no tener recursos económicos para sostenerlos. Terrible, pero cierto.

La teniente que -a propósito se encuentra en embarazo- me contó el caso de una joven de tan solo 23 años, que semanas antes llegó con tres niños a la sede de la Policía y les comunicó que por la difícil situación económica por la que estaba pasando, no quería ver sufrir a sus hijos y que había tomado la decisión de entregarlos. Así de sencillo.

Fue así como con papeles en mano, la mujer entregó a las autoridades los tres menores de 2, 3 y 4 años, luego de que la teniente corroborara que en verdad no tenía cómo mantenerlos. Pero la historia no termina ahí. La joven, una vez entregó a sus hijos, le dijo a la teniente que en pocos días volvería con la hija mayor, de 6 años, para entregarla porque tampoco tenía dinero para mantenerla.

Y así fue. Una semana después, la mujer llegó con su hija mayor a la Policía y en una escena desgarradora -como lo asegura la teniente- la niña se aferró a su madre para que no la abandonara, junto a sus otras tres hermanitas.

Este es apenas uno de los 39 casos que se han presentado entre Enero y Abril del 2010 en Cali, en donde los padres entregan a sus hijos por falta de dinero para que sean protegidos por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar o Comisarías de Familia.

La falta de recursos de estos padres que entregan a sus hijos, se puede explicar por la falta de trabajo que reina en la ciudad. En el último trimestre de 2009 -Octubre/Noviembre/Diciembre- en Cali y Yumbo (municipio del Área Metropolitana de Cali), existen 161 mil desempleados según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, Dane. Colombia cerró 2009 con 280 mil desocupados más que las registradas en 2008.

Pero las cifras son aún más altas con relación a los niños entregados a las autoridades. Según el Jefe de Adolescencia e Infancia, de la Policía Metropolitana de Cali, Teniente Adriana Bohórquez, 811 niños (en solo cuatro meses) han sido dejados -además de falta de recursos económicos de sus padres- por abuso sexual, mendicidad, maltrato físico, fuga del hogar, problemas de conducta, definición de custodia, extraviados, abandono (desnutridos), problemas de salud, por tener padres desestabilizados mentalmente o por consumir drogas, así como abandonados en las calles, los cuales ya son nueve en lo corrido del 2010.

Este panorama, puede ser el reflejo de la gran cantidad de niños delincuentes que han sido capturados en los últimos años en Cali. Tema que abordare próximamente.

* Ubicada al Norte de la Capital del Valle, sufrió un atentado terrorista con un carro bomba el 9 de Abril de 2007 por parte de la guerrilla de las Farc que dejó dos muertos y más de 30 heridos.

martes, 6 de abril de 2010

"A tiro de gracia"


Los andenes y los postes que iluminan el Parque de los Poetas, al lado de la Iglesia La Ermita, icono de la Capital del Valle, fue el escenario escogido el 6 de Marzo del 2010 para exhibir las fotos de las víctimas de ejecuciones extrajudiciales (o falsos positivos por parte de las Fuerzas Militares en Colombia) desapariciones y asesinatos que se han registrado en los últimos años en la ciudad de Cali y el sur occidente del país.

Como se si tratara de una exposición, familiares del Movimiento de víctimas de crímenes de Estado de Cali, colgaron pendones, carteles, pancartas y fotos de sus seres queridos -unas en blanco y negro, otras en fotocopias y muy pocas a color- con el fin de visibilizar sus muertos y mostrarle al mundo una realidad que viven, en su mayoría, campesinos, indígenas, afrodescendientes y habitantes de sector deprimidos del Valle, Cali y el Cauca.

Portando camisetas estampadas con las fotos de sus hijos, esposos y padres y ante el apoyo de unos y la indiferencia de otros, las víctimas alzaron su voz y contaron sus historias, varias adornadas con llanto, resignación y esperanza.

Es el caso de Robeiro Andrés Roldán, un hombre que conteniendo las lágrimas, relata como fue asesinado su único hijo, de tan sólo 17 años, de un "tiro de gracia", en momentos en que forjaba su futuro estudiando ingeniería de sistemas en la Universidad Autónoma de Cali.

En Cali, según el Movimiento Nacional de Víctimas de Estado, son 34 las personas asesinadas en ejecuciones extrajudiciales, como se les conoce en el Derecho Internacional Humanitario y el Derecho Penal Colombiano como homicidios en persona protegida.

Los huesitos

"Que le devuelvan los huesitos para enterrarlo", es el desgarrador llamado que hace una humilde madre que desde hace cuatro años no sabe de la suerte de su hijo de 17 años, desaparecido en la vía que comunica a Cali con el Puerto de Buenaventura sobre Océano Pacífico.

Diana María López, una afrodescendiente que ya está perdiendo las esperanzas de encontrar con vida a su hijo mimado, Diego Luis Corrales López, asegura -en un mar de lagrimas- que fue desaparecido por los grupos de paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, en el sector de Los Tubos, cerca al Puerto de Buenaventura y que al parecer lo sepultaron en la montaña.

Sin contener el llanto esta madre, como muchas en el Departamento del Valle del Cauca y Colombia, ha buscado a su hijo por todas partes, hasta el punto de ir a Medellín, a más de 10 horas por carretera, porqué creyó que a su hijo lo habían visto como habitante de la calle en esa ciudad.

Como el drama de Diana María López, son muchas las historias de madres, padres, esposas e hijas, que siguen buscando a sus desaparecidos.

Juliancho

Portando en una de sus manos un cartel en donde reza: "a Julián lo asesinan en la calle, cerca a su casa, en la noche, luego de una reunión con Angelino Garzón (hoy formula vicepresidencial del candidato a la Presidencia de Colombia 2010-2014 Juan Manuel Santos) y otros", Laura de Hurtado, madre de Julián Andrés Hurtado Castillo, sigue esperando -luego de cuatro años- que la muerte de su hijo no quede en la impunidad.

Julián, estudiante de Atención Prehospitalaria y Resolución de Conflictos y Estudios Políticos de la Universidad del Valle, fue asesinado en la carrera 44 con calle 15, el cinco de Octubre del años 2006.

El caso de "Juliancho" o "El Gato", como le decían a Julián y el cual se graduaba como paramédico a los ocho días antes de su asesinato, mo. ha tenido desde esa fecha ningún avance, no hay pruebas de nada, ni sindicados y menos intenciones de esclarecer lo sucedido.

Pero mientras Laura de Hurtado, sigue pidiendo que el asesinato de su hijo no quede en la impunidad, Yamileth Hernández Cobo, pide justicia por la muerte de su hermano Nelson Vergara Cobo, un vigilante que fue asesinado por el Ejército en Ibagué, luego de que fuera sacado bajo engaños, con cinco hombres más, desde el sector de Alto Nápoles, al Occidente de Cali, y mostrado posteriormente por el Ejército como integrante de la banda al servicio del narcotráfico del Norte del Valle "Los Rastrojos".

Tanto Laura de Hurtado como Yamileth Hernández Cobo, integrantes del Movimiento de Víctimas de crímenes de Estado, siguen pidiendo Verdad, Justicia y Reparación.

Les gusta ver morir la gente

A las nueve de la noche del primero de septiembre del año 2002, Rubén Darío Riascos Riascos, un joven de 22 años y discapacitado, salió de su casa -como todos los días- del Barrio Las Palmas, en el Puerto de Buenaventura a visitar a su tía, pero nunca llegó a su destino ya que la muerte se le adelantó.

Su madre, María Amparo Riascos Riascos, una afrodescendiente que luciendo una camiseta con la foto de su hijo que viste una camiseta amarilla de la Selección Brasilera de Fútbol, asegura que fue asesinado por los paramilitares, a quienes reiteradamente les pregunta porqué mataron a su hijo, si él no era "vicioso".

Esta madre, que tuvo que desplazarse con todos sus hijos de Las Palmas, por miedo a que les pasara lo mismo que a su Rubén Darío, sostiene que a los paramilitares "les da gusto ver morir la gente".

Suleyma Enríquez, es otra mujer a quién, según ella, el Ejército le mato a su hermano en Ibagué, luego de que fuera sacado con engaños desde Alto Nápoles y posteriormente presentando como integrante de todo tipo de organización delincuencial, como los R-15, banda dedicada al atraco y homicidios.

Suleyma sostiene que el mundo debe saber la realidad de lo que pasa en Colombia y que luchará hasta lo último para que se haga justicia.

Mientras el Centro de Investigación y Educación Popular, Cinep, argumenta que son 465los casos y 940 las víctimas entre el 2001 al 2009 sobre los falsos positivos, la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía reporta 1.198 casos de "falsos positivos" y 2.117 víctimas, y que hay 590 ordenes de captura.

Por la espalda

En momento en que el Gobierno de los Estados Unidos alertó, en el Reporte de Derechos Humanos, que los asesinatos extrajudiciales o "falsos positivos" encabeza la lista de las violaciones en Colombia, Marleny Corrales, es otro de los testimonios sobre su hermano John Eider Corrales, de 28 años, que fue asesinado por soldados del Batallón de Alta Montaña Número Tres: "Rodrigo Lloreda Caicedo", luego de que lo pusieran a correr y le pegaran dos disparos por la espalda.

Marleny, sostiene que con la promesa de un trabajo, su hermano fue sacado de su casa -como muchos otros- en el Barrio Comuneros Uno, al Oriente de Cali y llevado al Corregimiento de Villa Carmelo, en Candelaria, Departamento del Valle del Cauca, en donde fue asesinado el 6 de Noviembre del año 2007 junto con dos hombres más y presentados como integrantes de la guerrilla de las Farc.

Estos dos asesinatos, luego de más de dos años, no se tiene a ningún sindicado y menos capturados.

En el Reporte de Derechos Humanos del Gobierno de los Estados Unidos, presentado en Marzo en Washington, muestra 20 violaciones en total en Colombia y se indica además que los nuevos grupos armados y los grupos de paramilitares se rehúsan a desmovilizarse, el tráfico de personas y discriminación de la sociedad contra las mujeres y poblaciones indígenas.

Las fosas

Las ejecuciones extrajudiciales o mal llamados "falsos positivos", realizados para mostrar cómo se gana una guerra contra la insurgencia y cómo se obtienen victorias a través de recompensas y de la mercantilización de la vida en el Departamento del Valle del Cauca podría ser de grandes proporciones.

Walter Agredo, del Comité de Solidaridad de presos políticos en el Valle, advirtió que en el Departamento hay cerca de 200 fosas comunes en el Centro y Norte de la región que se mantienen en reserva para evitar las exhumaciones y develar qué pasó con ellos.

Lo mataron de 42 disparos

70 millones de pesos para resarcir la muerte de su hermano, Wilson Alexander Duarte, de 27 años, asesinado de 33 disparos de fúsil y presentado como miliciano de la guerrilla de las Farc, junto con su cuñado, a quién lo mataron de 42 disparos y otro hombre, en el Norte del Cauca, le esta ofreciendo el Ejército a la familia del taxista asesinado para que no adelante ningún proceso judicial.

Su hermana, Leydi Johana Duarte, quién se niega aceptar la tentadora propuesta económica, asegura que Wilson Duarte, padre de cuatro hijos, fue sacado con engaños desde Los Chorros, en la ladera de Cali, para hacer un viaje al Cauca, pero encontró la muerte a manos del Ejército el 17 de Septiembre del año 2007.

Para Leydi, más que el dinero, lo que quieres es que la justicia establezca la verdad y que los nombres de su hermano y cuñado queden limpios.

Luego de más de dos años de este "falso positivo" aún las dos familias del taxista Wilson Alexander Duarte y Pablo Emilio Duran, siguen esperando la primer audiencia para determinar quiénes fueron los militares que los mataron.

AK 47

El 30 de marzo del 2010, cumplió tres años de haber sido asesinado por el Ejército Luis Alfonso Guiza, un mecánico que buscando un mejor futuro para su familia, partió del Distrito de Aguablanca, al Oriente de Cali, para irse a vivir a zona rural del Municipio del Patía, en el Cauca.

Allí, fue asesinado por tropas del Batallón Número 29 José Hilario López, de tres disparos de fúsil y presentado como guerrillero de las Farc muerto en combate, junto con una anciana a quién trasportaba a su residencia en el Corregimiento de Santa Cruz.

Su esposa, Damaris Ñañez, residente ahora con hija, en el sector de Meléndez, al sur de Cali, asegura que Luis le fue colocado una AK-47 y un revolver, que según el Ejército utilizó para enfrentarlos.

Damaris, que fue amenazada por teléfono que podría correr la misma suerte de su esposo, asegura que le da "ira" ver un soldado y qué es injusto que para obtener un ascenso un militar o más plata, asesinen a personas inocentes.

NN

Leydi Johana Ñañez, era una joven de tan solo 24 años, que salio del sector de Polvorines, en las laderas de Cali, rumbo a Pasto en el Departamento de Nariño, al sur occidente de Colombia, el 15 de Febrero del año 2009, con el fin de conseguir un mejor vivir para sus tres pequeños hijos que había dejado con su madre.

Estando allí, Leydi consiguió un trabajo en una finca en el Bajo Patía cocinando para varios trabajadores. La joven mujer, el 24 Mayo, cuatro días antes de ser asesinada, le dijo a su familia en Cali que se quedaría un buen tiempo para conseguir dinero para sus hijos.

Pero la suerte fue otra. El 28 de Mayo de ese mismo año, Leydi Johana Ñañez fue asesinada -supuestamente- en combate con el Ejército por ser integrante de las Farc desde hacía ocho meses y a quién le colocaron un fúsil y un morral de la guerrilla.

Su prima, Marisol Bolaños, quién se abandero del caso para que no quede en la impunidad, asegura que a un año de su muerte (mayo del 2010) el cuerpo de Leydi fue enterrado en una fosa común en Pasto como NN (es decir, sin identificar).

De acuerdo con un Reporte de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía General de la Nación, 218 integrantes del Ejército han sido condenados tras haber sido hallados responsables del asesinato de personas que son presentadas como supuestos delincuentes muertos en combates.

Arrastrado

En Medio de un llanto incontrolabe que le hace quitar las gafas que le protegen sus ojos, Ana Dolores Viveros, es otra de las madres del Municipio de Palmira, Valle, que luego de dos años de la muerte de su hijo, se sigue preguntando porqué el Ejército de Colombia lo asesinó y lo presentó como integrante de las Farc.

Genner Gómez Viveros, de 31 años, que sufría deficiencia renal y que dejó un niño de 10 años, fue "tirado" -como dice su madre- junto con dos jóvenes más el 7 de marzo del año 2008 en la morgue de esta localidad por el Ejército con varios disparos en la espalda, luego de que lo arrastraran y le pusieran una arma para presentarlo como miliciano de la guerrilla de las Farc.

Ana Dolores, que insiste que la muerte de su hijo -el segundo de los mayores- fue un "falso positivo", pide de nuevo que se esclarezca el hecho y que no quede en la impunidad.

Con los brazos cruzados

Sentada en un comedor grande y vacío, con los brazos cruzados, vistiendo una blusa rosada y un sudadera gris y con la mira fija en la puerta, cómo esperando la llegada de un ser querido, se encuentra Mercedes Llanos, una madre que refleja en su rostro una tristeza de nunca acabar.

En su casa, a medio terminar y levantada a punta de fritanga en el barrio Olímpico en Palmira, Valle, Mercedes dirige su mirada al centro de la sala en donde sobresale un pendón con la foto de uno de sus dos hijos a quién el Ejército mató, porque supuestamente eran milicianos de la guerrilla de las Farc.

Héctor Fabio Rojas Llanos, padre de tres pequeños hijos y Edwin Alexis Rojas, que dejó un niño de siete año, eran dos jóvenes hermanos que se ganaban la vida como motorratones -es decir llevando gente en moto por dos mil pesos a su destino- y que la vida les jugo una mala pasada, luego de que un vecino junto con otro hombre, los sacaron la noche del 7 de marzo del 2008 de la casa, para nunca más regresar por la puerta que hoy Mercedes Llanos, no deja de mirar esperando un milagro que nunca sucederá.

Como Mercedes Llanos, son muchas las madres en Cali y el Valle del Cauca, que se siguen preguntando…¿porqué a ellas?...¿porqué a sus hijos?....

Por una moto

Rony Ramírez Samboni, de 23 años, salió de su casa en el Barrio Terrón Colorado, al Oeste de Cali, en Enero del año 2008 a recolectar café a Marsella, Departamento del Risaralda (a más de 4 horas de distancia por carretera desde Cali) con el objetivo de ganar dinero para comprarse una moto, que era su sueño desde que era pequeño.

Estando allí fue que ese sueño se diluyó debido a que el dinero que ganaba no era suficiente, por lo cual busco otro trabajo en Cartago, Norte del Valle y límites con el Risaralda, en donde lo que halló fue la muerte a manos del Ejército, que supuestamente lo asesino en combate por ser parte de la guerrilla de las Farc.

Pese a que la madre del joven, insiste que su hijo no era guerrillero, el Ejército aún sigue afirmando que Rony Ramírez Samboní era de las Farc.

Once soldados mataron un campesino

El 11 de marzo del año 2006, a 40 minutos de Cali, en el Corregimiento de Golondrinas, once soldados del Batallón de Alta Montaña Numero Tres, asesinaron –supuestamente- en un enfrentamiento al campesino José Orlando Giraldo Becerra y presentado posteriormente como miliciano de las Farc.

Su hija Martha Giraldo –que permanentemente esta vigilada por detectives del Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, durante estos cuatro años no ha descansado buscando limpiar el nombre de su padre, un hombre dedicado al campo y que los militares implicados sean castigados y no sena dejados en libertad por vencimiento de términos, como alegan sus abogados defensores.

Para Martha, el asesinato de su padre fue una “aberración” ya que fue muerto indefenso.

Según la ONU, los asesinatos sistemáticos de campesinos cometidos por el Ejército colombiano para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate son cerca de 1.800.

lunes, 5 de abril de 2010

El Calvario, vecinos invisibles


Una natilla, mezclada con pasas, coco, pesticida y vidrio molido, que trató de “exterminar” el hambre de decenas de habitantes de la Calle del Barrio El Calvario, pleno de centro de la ciudad de Cali, el 31 de diciembre del año 2009, y que ocasionó la muerte de cuatro de ellos, generó que los que antes no querían ver y oír de estas personas, miraran de nuevo este sector de la Capital del Valle, marcado por la indiferencia.

El Calvario, que lleva el nombre dado al monte en las afueras de Jerusalén donde Jesús fue crucificado, desde su creación en 1964, parece haber crecido bajo el manto de la maldad ya que allí, el hambre, las drogas, el dolor, el rebusque y la pobreza extrema se confunde en un solo sitio.

Calles que saben a muerte, andenes que huelen a orín y mierda, esquinas y cruces “adornadas” con adolescentes inhalando pegante, niños y niñas lanzados a la calle que buscan sobrevivir, casas de bareque y esterilla convertidas en “guaridas”, drogadictos e indigentes que esquivan la muerte en medio de basuras, un ambiente de angustia y sueños escondidos, son las imágenes que día y noche desdibujan este sector de Cali, que para muchos no existe y que parecen sacadas de una zona desvastada por una catástrofe.

El Calvario, en donde la violencia es parte de su historia, junto a los barrios Sucre, San Pascual y San Bosco, se encargan de establecer la división entre una Cali apática que cree que ya no se puede hacer nada por ellos y otra que le brinda una mano de esperanza, así sea solo brindándoles agua de panela, pan y café, cada ocho días.

Pero en medio de tanta dureza, estos habitantes de la Calle o desechables para muchos, que han perdido su dignidad y que son tratados sin respeto, como si no tuvieran valor, tienen historias que conmueven y otras que parecen sacadas de una película de horror.

El Calvario, este sitio marginado de Cali, es para los 2.035 habitantes de la calle que existen en la ciudad, el único lugar donde se escapan de la indiferencia de la sociedad y en donde la violencia es, en la mayoría de los casos, su única manera de sobrevivir.

A gritos

“Que no se aprovechen del hambre de la gente que habita El Calvario” y que “no roben para que no los envenenen”, son varias de las voces que salen -como gritos de desespero- del interior de este sector deprimido de Cali.

Son los llamados de Gladis y Leonel, habitantes de El Calvario, que con rabia y mostrando dignidad – esa que muchos de los habitantes de este lugar ya perdieron- rechazan la muerte de cuatro de sus vecinos que murieron intoxicados al comer una natilla envenenada hace 22 días.

Vestida con una blusa desteñida y pocos botones, una falda en donde se aferra como una “nigua” su hijo menor -como tratando de esconderse de los extraños- y con zapatos desgastados con el tiempo, Luz Gladis Viveros, una morena de más de 50 años, refleja en su rostro su descontento y su rechazo por la forma como trataron de matar a varios habitantes de la Calle, entre ellos su hijo, que estuvo a punto de ser contabilizado como uno de los primeros muertos del año 2010.

Para Gladys, con ese acto de “exterminio”, parecía la hora de llegada.

Mientras tanto, José Leonel Gómez Rodríguez, un quindiano de 52 años que lleva cinco años viviendo en El Calvario, sostiene que desde hace diez años, cuando le mataron a su hijo en Siloé, trata de ayudar a los jóvenes de este sector a sobresalir, pero, se ve frustrado porque no hay fuentes de trabajo.

Este hombre, que dice tener 25 años “embelleciendo” los zapatos de los demás, sostiene que la envenenada con natilla fue causada por un joven que quiso vengarse de las personas que le robaron 600 pesos a su papá.

El Señor de las Agujas

Es una noche fresca. La poca brisa que trata de entrar a El Calvario le llega a unos pocos. La luna, en su esplendor, parece alumbrar a un puñado de hombres, mujeres y niños, que rodean a un grupo de profesionales –que con camisetas blancas de “Samaritanos de la Calle”- reparten en bolsas y en una pequeña nevera de icopor acomodada en un carrito para mercar: pan, agua de panela, colada, gaseosa y café, a todo al que se le acerca en este sector, considerado uno de los más peligrosos de Cali.

Al llegar a una de las esquinas surge el señor -no de los anillos- sino el de las agujas. Un hombre con abundante cabello, como tratando de esconder sus 50 años. Alto, pero delgado, cubre su cuerpo con una camisa azul con rayas blancas, un pantalón negro y un bolso sin color, en donde guarda su botín: Alcohol Antiséptico.

Este pipero -como se le conoce a las personas que consumen este tipo de Alcohol- se llama Jairo Valencia Buitrago y es conocido en El Calvario, no solo porque lo ingiere día y noche, sino porque tiene la particularidad de introducirse una agua por uno de los orificios de la nariz y sacarla posteriormente por la boca.

Jairo -quién al hablar- en su aliento revela una buena dosis de Alcohol-manifiesta que en El Calvario hay muchos jóvenes con potencial, con ganas de trabajar, pero no tienen oportunidades.

Al recorrer El Calvario, se nota que buena parte de los hombres y mujeres que habitan este sector, se han refugiado en la droga y en el licor, no solo por desamores, abandono, sino también por falta de oportunidades.

Despreciado

Hablar de El Calvario, es hablar de los habitantes de la Calle. Personas que para muchos son “vecinos invisibles” y para otros simplemente desechables.

Diego Luis Rodríguez, es una de esas personas que – como él lo afirma – es rechazado por todo el mundo y es despreciado.

Este hombre, conocido en El Calvario, como “El Guajiro” y padre de tres hijos de 2, 7y 18 años, asegura que desde hace 20 años vive en este sector de Cali porque lo dejó la mujer.

“El Guajiro”, un moreno alto que se expresa bien y que en las épocas del narcotráfico dice haber trabajado con los capos del narcotráfico “Pacho Herrera”, “Iván Urdinola” y el “Alacrán”, manifiesta que ojala las personas que lo escuchen, no caigan en la tentación de las drogas porque hasta la muerte encuentran.

En El Calvario, ubicado en pleno centro de la Capital del Valle, el 90 por ciento de los habitantes de la calle son hombres y el resto mujeres.

Letras hechas Rapeo

Describir lo que ocurre al interior de El Calvario o la “Olla” como se le conoce a este sector en Cali -en donde la “marihuana”, el “pegante”, la “coca” la “heroína” o el “crack”, es el pan de cada día, en donde sus calles oscuras y sucias acompañan el día y la noche, sus olores se impregnan a la garganta y en donde no se vive, sino que se sobrevive, – es como hablar de una dimensión desconocida.

Este panorama es visto por los niños que habitan en este sector de Cali, de una manera diferente y expresada en letras hechas Rapeo.

Piter Alexander Riascos y Roger Estiven Segura de 12 años, son dos niños que recorriendo las calles de El Calvario, así ven su lugar en donde viven.

Pero, en medio de este Rapeo, hay historias de horror que se confunden con las de esperanza.

Es el caso de Viviana, una hermosa niña de tan solo 14 años, que con un frasco de pegante aferrado a su mano derecha, lo inhala desde los 12 años debido –según ella- por una apuesta.

A pesar de esta historia, Viviana, una niña de 14 años, hecha mujer, reitera que El Calvario “NO” es un sitio peligroso y le gusta vivir en él.

No es peligroso

Sin camisa, con un cristo de plata colgado a su cuello y un pantalón desteñido amarrado con una diminuta correa, un joven que no quiso dar su nombre, es otro de los habitantes de El Calvario, que asegura que vivir en este sector de Cali, no es peligroso.

Este joven, que habita una casa de ladrillo y sin ventanas, con 50 personas más -entre hombres, mujeres y niños- manifiesta, siempre mirando al suelo, que no se siente mal viviendo en El Calvario, porque allí vive gente normal como vive un pobre.

Para este vendedor ambulante y que paga tres mil pesos diarios de arriendo en una pieza con tres personas más, en este sector no pasa nada.

Mientras para uno El Calvario sigue siendo una "Olla", para otros simplemente es un barrio.

Bacalao

"Quiero un par de zapatos y salir adelante", es lo que pide "Bacalao", un reciclador que lleva siete años viviendo en El Calvario, ese sitio en donde asegura se vive como un animal.

"Bacalao", un moreno alto, mal vestido, pero educado al hablar, es conocido también en este sector de Cali, como el de los pies grandes, ya que calza 45.

Para este reciclador, nacido en la isla de San Andrés, graduado en termodinámica en la Universidad del Norte en Barranquilla y subcampeón en Baloncesto con el equipo de Santander, vivir en El Calvario, no es vida.

Allí -según Bacalao- se simula ser feliz, todo es superficial y se pierde la condición de persona y se empieza a vivir como un animal.

"Bacalao", como muchos de los que habitan El Calvario, extraña ser feliz.

La abogada penalista

Laura, una mujer pequeña de 39 años, manos ásperas, abundante cabello, mal vestida y sentada en un andén, con tres hombres más, hace parte de ese pequeño grupo de mujeres que se confunden entre los habitantes de la Calle que recorren –como zombis- las mal olientes calles de la “Olla”, como se le conoce a este sector en pleno corazón de la ciudad de Cali.

Esta mujer -que dice ser abogada penalista y amiga de la Senadora Piedad Córdoba, juega a la vida –como ella dice- fumando crack, esa droga que ingresa rápidamente al torrente sanguíneo, produciendo una sensación de euforia, pánico, insomnio y la necesidad de repetir la dosis.

Para Laura – según ella la más consentida del grupo- las personas que habitan El Calvario son personas y las que trataron de envenenarlos el pasado 31 de Diciembre, tienen un desiliquibrio mental.

Se vive mal

Pero mientras Laura, vive su mundo consumiendo crack, José un artista y artesano que vende cachivaches en las calles de Cali y que vive hace 28 años en El Calvario, solo pide una oportunidad.

Admirador número uno de Michel Jackson y buscando el sueño de participar en el Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá, este habitante de la Calle, asegura que en El Calvario, hay personas incomodas y se vive mal.

Laura y José, aunque no se conocen, tienen algo en común. Viven en El Calvario. Ese sector en Cali en donde no llegan ni las ambulancias ni los bomberos y en donde hasta la noche y el día piden permiso para entrar.

El Lote

Hablar en El Calvario de "El Lote" es hablar de Luis Gilberto Valencia, un hombre de 59 años que luchando contra viento y marea durante 25 años, ha logrado levantar a punta de guadua, esterilla y tablas 12 piezas que alquila a dos mil pesos solo a recicladores, en este sector conocido como la "Olla".

Gilberto, oriundo de Quimbaya, Quindío, manifiesta que durante estos largos años en El Calvario, lo que más lo ha marcado es las muertes que ha visto por atracos y por balas perdidas.

Luis Gilberto Valencia Gutiérrez, espera ahora construir una pequeña casa de ladrillo en "El Lote", para terminar sus años con sus cinco hijos y esposa en "El Calvario".

El Padre

Hablar de El Calvario, no es solamente hablar de habitantes de la Calle. Es también hablar del Padre José González, ese hombre que todos los martes de 8 a 11 de la noche recorre armado solamente de pan, agua de panela, gaseosa o café con leche, con un grupo de profesionales, las calles de este sector en donde muy pocos de atreven a ingresar o no quieren saber de él.

El Padre José González, querido y venerado en cada rincón de la "Olla", cumplirá en marzo con su programa: "Samaritanos de la Calle" 13 años atendiendo a hombres, mujeres y niños, que ven en El Calvario, su único refugio en donde son respetados y valores como seres humanos por este hombre que no distingue entre rico y pobre y menos entre blanco y negro.

El Padre José González, como lo tildó un habitante de la Calle, es un hombre caído del cielo.

Voces contra el Olvido. Masacre de Trujillo. 20 años de impunidad


Trujillo, uno de los 42 municipios del Departamento del Valle del Cauca, ubicado al noroccidente de la Cordillera Occidental de Colombia y a 116 kilómetros de Cali, nace como producto de la colonización paisa del principio del siglo XX.

Es fundado -al parecer- por ex convictos y desmovilizados de la guerra civil de los Mil Días, que asoló al país y a Panamá (que en ese entonces era un Departamento de Colombia), entre 1899 y 1902.

Luego de que en 1930 adquiere la jurisdicción municipal, Trujillo -en donde predomina el cultivo del Café- desde el 9 de abril de 1948 hasta enero de 1980, se vio envuelto en una lucha por el poder político local que ocasionó que líderes políticos del partido conservador terminaran sacrificando las vidas de cientos de pobladores.

Esa época termina con la muerte del líder político conservador Leonardo Espinosa que posteriormente es inmortalizado en la novela del escritor y periodista Gustavo Álvarez Gardeazábal: “El Último Gamonal“.

Pero es entre los años 1986 y 1994 donde el Municipio de Trujillo, conjuntamente con las poblaciones de Bolívar y Riofrío, vive una larga cadena de crímenes de manera extrema, brutal y sanguinaria, que hoy es conocida como la “Masacre de Trujillo”.

Allí 342 personas son víctimas de homicidio, tortura, detenciones arbitrarias y desaparición forzada, en donde se ven involucrados diversos actores como la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, ELN, los carteles de la droga, los grupos de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, la Policía y el Ejército de Colombia, así como las facciones políticas del orden local y regional.

Pero pese a que por esta “Masacre de Trujillo”, en 1997 el Presidente de Colombia, Ernesto Samper Pizano, pidió perdón y reconocimiento ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por sólo 34 víctimas de las 342, a casi 20 años de los trágicos sucesos, aún no hay ninguna persona condenada, es decir sigue en la impunidad.

El homicidio del párroco del Municipio de Trujillo, el sacerdote Tiberio Fernández Mafla, la desaparición de sus acompañantes, las primeras desapariciones forzadas del Corregimiento La Sonora y de los ebanistas, ocurridas entre marzo y abril de 1990, marcan el clímax de la “Masacre de Trujillo”, por la crueldad extrema como se cometieron.

En Septiembre del año 2008, el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, CNRR dio a conocer el informe: “Trujillo: una tragedia que no cesa”, en donde revela los resultados de las investigaciones que durante ocho meses realizaron sobre la forma como fueron asesinadas y desaparecidas las 324 personas.

Estas masacres tiene la particularidad de haberse cometido en las haciendas Las Violetas y Villa Paola, esta última de Henry Loaiza, alias “El Alacrán”, según relató el testigo presencial Daniel Arcila Cardona, a quién lo tildaron de loco por relatar la manera en que eran asesinadas las personas que allí eran llevadas.

En los reportajes sobre la "Masacre de Trujillo", se escucharan testimonios de campesinos de esta población del Norte del Departamento del Valle del Cauca, sobre las causas que provocaron las muertes sistemáticas y selectivas de las 342 personas así como el llamado para que se haga justicia y los crímenes no queden en la impunidad a 20 años de estos de estos violentos hechos.

El Toyota Blanco

Muchos fueron los hechos que marcaron el terror durante la "Masacre de Trujillo". Uno de ellos fue el famoso “Toyota Blanco“, al parecer al servicio del Ejército, que -después de casi 20 años- aún sigue en la memoria y paisaje de los habitantes de esta población del Norte del Departamento del Valle del Cauca.

“Ni oye, ni ve, ni entiende”…

esa advertencia que hace cerca de 20 años los victimarios le hacían al conductor de la ambulancia del Hospital del Municipio de Trujillo, cuando transportaba a los heridos y posteriormente eran rematados, solo se vino a conocer 19 años después, cuándo decidió hablar a Caracol Radio por miedo a que lo mataran.

Murió de pena moral

La “Masacre de Trujillo”, además de causar horror, desolación y sufrimiento entre los habitantes de esta población del Norte del Departamento del Valle del Cauca, no solo causó la muerte y desaparición de 342 personas, si no que aún sigue causando víctimas. Diez han sido las personas que han muerto de “pena moral”, esperando el regresos de sus seres queridos.

Doña Rosalba, califica la desaparición de su hermano como un calvario y un hecho horrible, ya que a los nueves meses de su desaparición su madre murió de pena moral y hace dos años falleció su padre de 92 años, pensando en dónde estaría su hijo.

Los ebanistas

El terror de la “Masacre de Trujillo”, al Norte del Departamento del Valle del Cauca, se concentra entre el 29 de marzo y el 17 de abril de 1990.

En esa época, las masacres y las desapariciones forzadas del Corregimiento de La Sonora y de los ebanistas son realizadas -según la Comisión de Investigación de los sucesos violentos de Trujillo, por la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, ELN. y fuerzas de derecha, no identificadas.

Es allí, donde es desaparecido a la fuerza el 2 de abril de 1990, el ebanista José Agustín Lozano de 33 años, quién -según su hermana- Rosalba Lozano, fue destrozado, echado a un costal y arrojado a las aguas del Río Cauca.

Lo siguen esperando

Aunque parezca increíble, a casi 20 años de la desaparición y muerte de 342 personas en el Municipio de Trujillo, aún hay familias que esperan el regreso de su ser querido.

Es el caso de doña Dalila Valencia, que junto a sus tres hijos y su suegra -postrada en una silla de ruedas- siguen esperando que regrese Libardo Correa, un campesino que fue desaparecido el 23 de marzo de 1991, un día después de cumplir 33 años.

Dalila, dice que a pesar que su esposo fue tirado al Río Cauca -conocido como el Cementerio clandestino - jamás lo olvida y solo lo hará cuando pase a la eternidad.

Cubiertos con costales

El horror y la sevicia con que se aniquila a las víctimas de la “Masacre de Trujillo”, se evidencia con los tres ebanistas desaparecidos el 2 de abril de 1990: José Alisio Granada y los hermanos Revell y José Releí Vargas Londoño, quiénes son llevados inicialmente a la sede de la Policía del Municipio de Tulúa, centro del Valle, después a la Sijin en Cali y posteriormente al centro de torturas en la Hacienda Las Violetas, en el Corregimiento La Sonora del Municipio de Trujillo.

Allí, estos tres hombres -que formaban parte de las cooperativas auspiciadas por el padre Tiberio Fernández Mafla- fueron cubiertos con costales y arrojados al suelo, torturados con agua a presión; soplete de gasolina; navajas; tenazas; martillos y les aplicaron sal en las heridas. No contentos con esto, el grupo armado que los sacó a la fuerza del taller de ebanistería, ubicado en la esquina de la Plaza Principal de Trujillo, los descuartizaron vivos con una motosierra, sus cabezas y troncos fueron depositados en costales diferentes y luego arrojados -como siempre- a las aguas del Río Cauca.

Este relato, que parece sacado de una película de terror, es el testimonio del único testigo presencial de los hechos, Daniel Arcila Cardona -aquel soldado que los fiscales lo creyeron loco al contar semejante barbarie-.

Real justicia

Mauricio Vargas Palacios, es un joven de 20 años a quién le arrebataron a su padre -el ebanista Herbey Vargas Londoño-cuando solo tenía dos años. Hoy, portando la foto de un padre que no tuvo la oportunidad de conocer, pide una “real justicia”, no dejar la muerte de su padre y de las demás 341 personas en el olvido y en la total impunidad.

Mientras Mauricio Vargas Palacios y muchos jóvenes del Municipio de Trujillo, que no tuvieron la oportunidad de crecer al lado de sus padres por la violencia, luchan por vencer el olvido, la gran mayoría de los colombianos ya olvidaron la “Masacre de Trujillo”.

19 años pidiendo justicia

Cargando una foto casi borrosa y desgastada con el tiempo, Héctor Fabio Paredes González, lleva 19 años pidiendo justicia por la desaparición de su hermano, dentro de los sucesos violentos ocurridos en el Municipio de Trujillo.

Para Héctor, el papel de la Justicia para juzgar a los culpables o reparar a las víctimas ha sido muy lento.

Este campesino, que asegura que todo sigue igual como hace 19 años, cuando se cometieron los asesinatos y las desapariciones selectivas y sistemáticas, hace un llamado para que los culpables no sigan libres y que sean condenados.

Las familias de los desaparecidos en el Municipio de Trujillo, que nunca regresaron, no solo viven el calvario de no saber que le pasó a su ser querido, sino de que los culpables siguen gozando de la libertad y la justicia no hace absolutamente nada por capturarlos y condenarlos.

Verdad, Justicia y Reparación, siguen pidiendo a "gritos" los familiares de las 342 personas asesinadas y desaparecidas durante la "Masacre de Trujillo" hace 19 años.

El olvido esta lleno de memoria

Como lo dice en su poema Mario Benedetti…“el olvido está lleno de memoria“… la “Masacre de Trujillo” se resiste a ser olvidada por las víctimas de las 342 personas que fueron asesinadas y desaparecidas entre 1986 y 1994, en este Municipio del Norte del Departamento del Valle del Cauca.

Mientras en Colombia, este hecho sigue olvidado y -al parecer-solo fue un dato “no registrado”, Josefina Valencia, una humilde campesina y sus dos hijas, aún -luego de 19 años- lloran al ver la foto de su esposo y padre.

Testigo presencial

Martín Emilio Flores, era un vigilante del Corregimiento de Salónica, del Municipio de Riofrío, al Norte del Valle, que fue asesinado por ser testigo presencial de las muertes selectivas y sistemáticas que se registraron en esta zona del Valle.

Indignación

La liberación el 10 de marzo de 2009 del Coronel retirado del Ejército Alirio Antonio Urueña Jaramillo y el entonces Teniente de la Policía José Fernando Berrio Velásquez, implicados en la “Masacre de Trujillo”, por parte del Juez Néstor Ramos, del Tribunal Penal del Municipio de Tulúa, Centro del Valle del Cauca, argumentando que los cargos imputados por la Fiscalía debieron ser de homicidio agravado y no con fines terroristas, ocasionó la indignación de los familiares de las 342 personas asesinadas y desaparecidas entre 1986 y 1994.

Estos dos militares fueron capturados luego de que el Fiscal General de la Nación, Mario Iguarán, ordenará el 24 de Septiembre de 2008 en el propio Municipio de Trujillo, la detención de al menos 20 personas sindicadas de participar en la Masacre, entre ellos el ex alcalde de Trujillo y ex diputado del Departamento del Valle del Cauca, Rubén Darío Puerta.

La captura del reconocido político y la liberación de los militares, ha generó dos movilizaciones de los habitantes de Trujillo, así como tres cartas enviadas al Procurador General de la Nación, el Procurador Delegado ante la Fiscalía 17 de Derechos Humanos y el Fiscal General de la Nación, en donde claman que se haga justicia y que liberen al ex alcalde.

La actual alcaldesa de Trujillo, Gloria Amparo Espinosa Dávila y esposa de Rubén Darío Agudelo, así como el Párroco de esta población, el presbítero, Roberto Tofiño, aseguran que mientras no haya justicia no habrá reparación.

Los habitantes de esta población del Valle le exigen al Fiscal General de la Nación, Mario Iguarán, que libere al ex alcalde y ex diputado del Departamento, Rubén Darío Agudelo Puerta, detenido por estos hechos.

Ante la liberación de los dos oficiales del Ejército y la Policía, implicados en la “Masacre de Trujillo”, los familiares de las 342 víctimas esperan que no corran la misma suerte los militares capturados en Septiembre del 2008, como el suboficial en retiro del Ejército, César Augusto Corredor Cetona, detenido en Valledupar, del ex suboficial del Ejército, Jairo Trejos Parra, capturado en San Gil, Santander, la del Sargento Primero retirado del Ejército, Gildardo Silva Rojas, quién era taxista y del Coronel del Ejército Wilfredo Ruiz Silva, quienes según la Fiscalía, actuaron por órdenes de los capos del Cartel de la Drogas del Norte del Valle del Cauca, Henry Loaiza Ceballos, alias “El Alacrán” y Diego León Montoya, “Don Diego”, presos en Colombia y los Estados Unidos.

Para dignificar a sus seres queridos y vencer el olvido de los colombianos y en especial de la Justicia, fue construido un Parque Monumento, a las laderas del Municipio de Trujillo, que rinde tributo a las 342 personas asesinadas y desaparecidas en el Municipio de Trujillo.

Con muchos interrogantes

Yamileth Vargas González, que cuando tenía solo cuatro años, vio como su padre, Orlando Vargas Londoño, le fue arrebatado de su lado, el 2 de abril de 1990, se sigue preguntando dos décadas después ¿quién financió y quienes fueron los autores materiales e intelectuales de estos asesinatos y desapariciones de 342 víctimas entre 1986 y 1994.

A pesar de que estos crímenes, considerados de lesa humanidad y denunciados como la “Masacre de Trujillo”, en donde Colombia fue condenada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, aún los paramilitares, miembros de la fuerza pública y narcotraficantes implicados en esta “barbarie”, no han sido capturados o condenados.

¿Hasta cuándo habrá que esperar para que haya justicia?

Rìo Cauca: Cementerio Clandestino

El Río Cauca, que cruza seis departamentos en un recorrido de 1.250 kilómetros, antes de rendir sus aguas a la depresión mompoxina, en Santa Cruz de Mompox, en Bolívar, Costa Norte de Colombia; es considerado a su paso por el Departamento del Valle del Cauca, el “Cementerio clandestino”.

Así se refieren a él, los familiares de las 342 víctimas de la “Masacre de Trujillo”, que fueron desmembradas y arrojadas a las aguas del Río Cauca entre 1986 y 1994 para que sus cuerpos nunca fueran hallados.

Para no olvidar a los centenares de víctimas que fueron arrojadas a esta agua y evitar que siga siendo un “Cementerio clandestino”, un artista plástico y un cineasta trabajan por esa causa.

Desde que tenía cinco años, Gabriel Andrés Posada, tiene grabado en su mente la imagen de ver cruzar por el Río Cauca cadáveres de hombres, mujeres, adultos y niños arrojados al cauce.

Lo anterior, lo llevo a realizar el proyecto “Magdalenas por el Cauca en homenaje y símbolo a las mujeres del Municipio de Trujillo y de otras poblaciones que siguen haciendo duelo a sus padres, hermanos, esposos e hijos.

De las aguas del Río Cauca, por décadas, han sido rescatados cadáveres no solo de la violencia en el Valle del Cauca, sino que allí han ido a parar muertos del conflicto colombiano de los departamentos de Risaralda, Antioquia, Caldas y Bolívar, que cruza el cauce.