domingo, 8 de diciembre de 2013

"Líneas imaginarias" o "Fronteras invisibles" que acaban con los sueños de los jóvenes en Cali

Them "frente invisible" o "líneas imaginarias" que serán representativos de los diversos sectores de Cali, ellos están terminando de los Suenos joven en la Capital del Valle.

Las pandillas será generada en la ciudad un total de 311 asesinatos, 1.773 de ellos Registrados homicidios este año en Cali, Muchas de Ellos cruzar solo la esquina del su hogar.

En Cali No 134 pandillas con un total de aproximadamente 2.134 jóvenes vinculados a estos grupos, que significa que 1.300% de crecimiento en comparación con el 1992 había 10 CUANDO solitario reconocidas pandillas en la ciudad.

Si continúa el crecimiento de pandillas se calcula de manera que para él allí en 2022 podria 201 pandillas.

El 44% de las pandillas se centra en que el Distrito de Aguablanca; 134 de ellos las pandillas, que operan en 59 comunas les 13, 14,15 y 21.

En la comuna hay 13 21 pandillas en la 14 hay 14 pandillas en la comuna 15 pandillas operan 16 y ocho 21. 

La comuna son 20 más que las pandillas Los registros con 26 grupos de 450 compuestos jóvenes en Do mayoría ubicados en El Barrio Siloé.

La Comuna 13 es la segunda comuna con él número alcalde de pandillas en los City 23 pandillas con más de 500 ACOG joven, más alto número activo del joven atado que se registre en absoluto que West país.

En 2012, 11 fuerón asesinados joven planta Heche para él para cruzarlas Llamadas frente invisible

Cinco bandas operan en toda la ciudad: La alianza, alianza en contra de ellos, rojo Barón, verde y Avalancha Warner ellos.

Los homicidios en Cali

De ellos 1.773 homicidios Registrados a la fecha en la Capital del Valle, 1662 son Hombres Mujeres y 111.

Los principales homicidio Movable en Cali son Venganza ellos por bandas, Rina, robo y microtráfico. 

Los homicidios por parte de bandas que representan el 17,5% de ellos homicidios de de la ciudad y es el segundo Muerte violenta móvil en Cali

De ellos 311 homicidios por parte de bandas 299 de ellos son víctimas de Hombres Mujeres y son 12.

Del total de 99 están bajo EDAD, 93 Hombres Mujeres y 6.

Los asesinados por bandas más pequeñas le representan el 32% de los muertos por este móvil. 

En Cali han sido asesinados 223 debajo EDAD 44% de Ellos por bandas (99 casos).

jueves, 10 de octubre de 2013

Más de doce mil personas capturadas en Cali por diversos delitos en lo corrido del año

En lo transcurrido del año la Policía Metropolitana de Cali ha capturado doce mil 299 personas por todos los delitos, mil 233 de ellos por fabricación, tráfico y porte de armas de fuego y ha incautado dos mil 766 armas de fuego. 

En Cali continúan desaparecidos 219 personas

Según datos registrados en el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres, del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, en el municipio de Cali desde el Primero de enero hasta el 30 de septiembre de 2013 se registraron 422 casos, de los cuales aún continúan desaparecidos 219 personas.

sábado, 7 de septiembre de 2013

El drama de los desaparecidos en Cali: “Han pasado tres años y no ha llamado”

Inclinada en un rincón de la Plazoleta de San Francisco, frente a la iglesia que lleva el mismo nombre, en el centro de Cali, Capital del departamento del Valle del Cauca, al sur de Colombia, usando una camiseta blanca con la foto del rostro de un hombre, debajo de la cual se lee: Julián Andrés Jaramillo Díaz, se encuentra María Natalia Jaramillo, una niña de once años que portando en sus pequeñas manos una biblia cubierta con un forro azul, con la cual trata de ocultarse del ardiente sol que a esa hora cae sobre la ciudad.

María, de rasgos delicados ensombrecidos por la tristeza que refleja su mirada, luce una larga trenza que le llega hasta la cintura, como tratando de adornar la foto que tiene estampada en la camiseta. Ella, junto con varias mujeres, hombres y niños e integrantes de ONG´s, se aglomeran en un pequeño espacio de la Plazoleta adornado por fotos de todos los colores y tamaños, así como mensajes escritos en pendones y cartones, para conmemorar el Día Internacional de la Desaparición Forzada, que todos los 30 de agosto se celebra en el mundo.

María, que ahora se encuentra detrás de una pequeña mesa cubierta por una tela blanca, estampada con huellas de pies de diferentes colores y rodeada de fotos de hombres, mujeres y niñas desaparecidas, espera pacientemente y sola, que se inicie la misa para leer un Salmo.

Frente a María, sobre los muros de la iglesia de San Francisco, se pueden leer en carteles y pedazos de cartón sobre el suelo frases como: ¿Por qué se los llevaron? “Jakeline, tú eres la guía de nuestras vidas. Libérenla Sana y Salva. Tú familia te espera con los brazos abiertos. Te extrañamos”. “Gracias a usted soldado por asesinar a sangre fría a mi hija Katherine Soto Ospina”. “Ayúdenos a encontrar a Sandra Viviana Cuellar”.

Mientras preparan la misa y varias mujeres caminan portando camisetas donde se lee: “La desaparición forzada en Colombia ¡SI EXISTE!, y volantes con sus seres queridos desaparecidos, María Natalia Jaramillo con voz melancólica recuerda lo sucedido a su padre.

“Mi papá cuando tenía 29 años salió a trabajar. Ese día a nosotros no nos tocaba clase y me llamo a mi celular y me dijo que por qué no había ido a estudiar. Yo le dije que no tenía clases.  Me dijo que le pasara a mi hermano y se cortó la llamada…”.

María hace una pequeña pausa. Trata de no llorar y respira profundo como intentando deshacer el nudo en su garganta que casi no la deja hablar, en una voz sin aliento a pesar de su juventud sigue su relato: “…entonces no volvió a llamar. Han pasado tres años y no ha vuelto a llamar. Esa fue la última vez que hable con él”.

María, que no aparta sus ojos de la biblia, recuerda que cuando su padre desapareció a finales de mayo de 2010, tenía nueve años y estaba estudiando segundo de primaria. A hora ya está en quinto.

A medida que va oreando sus recuerdos, el pasado llega implacable en una galería de imágenes nostálgica de esos días ya lejanos. María, se aferra a la biblia para contener el llanto al hablar de los momentos que su padre se ha perdido por no estar a su lado. Y repite una a una las frases cariñosas que Julián Andrés Jaramillo le decía a ella y a su hermanito Julián Felipe Jaramillo, próximo a cumplir siete años, frases que retumban en su ser como si fuera un eco acrecentado su tristeza.

“Durante estos tres años mi papá se ha perdido de muchas cosas. La última celebración en que estuvo fue el bautizo de mi hermano. Mi papá se ha perdido de cuatro cumpleaños, de mi primera comunión, también se ha perdido de los cumpleaños de mi hermano, las notas de mi colegio y de mis diplomas. Nos decía “cachorros” cuando nos abrazaba a mi hermano y a mí. Nos decía que nos quería a todos y nosotros les decíamos que también”.

La ausencia forzada de su padre, hace más de tres años, ha hecho de María una niña adulta, que ahora piensa que nadie siente lo que ella y su familia están viviendo.

 “Pues no se puede decir nada porque la familia es la única que sentimos. Los demás no sienten nada. A veces dicen que se ponen en el lugar de nosotros, pero no se siente igual”.

María, que quiere ser doctora cuando sea grande, le pide a las personas que sepan del paradero de su padre, que hagan algo para avisarle dónde está.

“Lo extrañamos todos. Donde quiera que este, si nos escucha, que lo queremos mucho. Que vuelva. Las personas que sepan de él, que, por favor nos llamen o que hagan algo para podernos avisar de él”.


La entrevista debe terminar porque la campanilla que anuncia el inicio de la misa suena. María debe repasar las líneas del salmo que debe leer dentro de pocos minutos. Una mujer con un megáfono y vestida con prendas sacerdotales empieza el rito litúrgico con esta frase: “Que esta eucaristía no sea una rezadera más…”

sábado, 10 de agosto de 2013

CRÓNICA: EL NIÑO SEMBRADOR DE MINAS ANTIPERSONAL

Solo estudio hasta tercero de primaria. Ya a los diez años sembraba coca y se gana ocho millones de pesos. A los quince empuñaba un arma y era guerrillero, a los 16 años fabricaba e instalaba minas antipersonal para matar soldados y policías, a los 17 huyó de la guerrilla antes de que lo asesinaran y ahora, a los 18 años, sueña con ser un Administrador de Empresas y tener su casa propia.

Es la historia de “El sembrador”, como le llamaremos a este hombre, que la guerra en Colombia le arrebato su niñez. Se crió junto a una tía en una pequeña vivienda de una vereda ubicada al sur occidente de Colombia, luego de que su madre emigrará a la capital, Bogotá, junto con sus cuatro hermanitos, luego de que fuera asesinado su padre.

“El sembrador”, que nunca se entero quién mató a su papá, hace parte de los 6.421 niños, niñas y adolescentes reclutados por grupos armados al margen de la Ley en Colombia, al 31 de marzo del 2013, según el Registro Único de Víctimas, RUV.

“Estudie hasta tercero de primaria y no seguí. Me olvide del estudio y me dedique a trabajar la agricultura. Sembrábamos con mi tía plátano, yuca y hasta coca, la cual la vendíamos a quienes la procesaban. Desde que tenía diez años empecé a sembrarla hasta los 15, cuando ingrese a la guerrilla”.

Como todo un experto en drogas ilícitas, “El sembrador”, describe paso a paso cómo, a sus escasos diez años, dejó a un lado sus estudios, sus juguetes y sus amiguitos, para dedicarse a sembrar coca, cuyas áreas en Colombia al 31 de diciembre de 2012, se han reducido en un 25 por ciento con relación al 2011.

“Uno comienza sembrando la plantica muy pequeñita. La va abonando hasta que ya este por ahí de un año y ya comienza a cosecharla. Es como sembrar cualquier cultivo de yuca o de plátano. Eso era cantidades lo que sembrábamos. Cinco o diez hectáreas hacíamos entre varios. Luego la vendíamos. En ese tiempo la arroba valía 45 mil pesos. Cada tres meses venían los narcotraficantes, compraban la coca y se iban. Yo llegue a ganar ocho millones de pesos. A veces le ayuda ahí a la casa. Compraba ropa y comida, pero no arroba”.

Fue así, como luego de cinco años de estar sembrando coca y obtener jugosas ganancias que se esfumaron entre sus pequeños dedos y solo quedan en el recuerdo, “El sembrador”, ya a los 15 años, se dejó seducir por las armas, el uniforme y hasta el caminar de los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, que constantemente recorrían su vereda y él podía verlos de cerca.

“Yo ingrese a la guerrilla porque me atraían las armas, la forma como vestían y como andaban. Por eso ingrese. Yo tenía un amigo. Le dije que quería ingresar. Me explicó las normas de allá y entonces me dijo que espera dos semanas. A las dos semanas me dijeron que si quería ir o me quería quedar. Entonces me fui. Llegue por allá. Me explicaron más a fondo el asunto de que no se le pagaba a nadie y que una vez entraba no podía salir”.

Así fue, “El sembrador” no pudo salir sino después de dos eternos años, tiempo en el cual vivió otra dura etapa en su corta vida, no propia de un niño de su edad y que será difícil de borrar por el resto de sus días.

Sus tres primeros meses como guerrillero fueron tan duros, que aún se pregunta cómo logró salir con vida.

“Cuando ingrese a la guerrilla estuve tres meses en entrenamientos. Eran muy duros. Es inexplicable. Tan difícil que casi uno no aguanta. Lo ponen andar de noche sin ningún tipo de luz, a correr casi todo el día, saltar y arrastrarse por el suelo. A veces nos alimentaban bien. Cuando había como. Un comandante me enseñó a disparar. La primer arma que tuve fue un fusil AK-47. Era un arma muy viejita. Casi no funcionaba bien hasta que me la cambiaron por otra mejor y más grande: un rifle G3, un arma venezolana que le caben 20 tiros al proveedor y pesa 15 libras. Yo lo limpiaba cada tres días. Hasta los tiros los limpiaba. Lo mantenía bien arregladito para que no se me fuera a dañar (risas)”.

Así, tres meses después de pasar esa primera prueba, para las Farc, “El sembrador” ya estaba listo para salir a orden público, es decir, a combatir con tropas del Ejército y Paramilitares.

“Mi primera experiencia fue muy dura porque era la primera vez que participaba en un enfrentamiento de la guerrilla contra el ejército. Estaba muy asustado, pero fui saliendo de seguido y perdí el miedo. Yo no sentí nada cuando disparé por primera vez. Nada de miedo. En los enfrentamientos con el ejercito siempre disparaba. Quien sabe si yo maté a alguien. A veces pensé que era mi último día”.

“El sembrador”, que en el campamento en donde se encontraba estaba acompañado de otros cuatro niños, les tocaba prestar guardia, ranchar (cocinar), planchar, lavar ropa y traer economía, es decir, remesas de los ríos donde las dejaban las canoas.

“Nos levantábamos a las cuatro de la mañana, desayunábamos a las seis y a las ocho ya debíamos estar disponible en el campamento para lo que pasara. Desayunábamos a veces sopa con arepa y café. El almuerzo era sopa, arroz y carnes y la comida solo arroz y carnes. Cuando me daba mucha hambre yo le pedía al comandante que me regalara. Tenía dos camuflamos y una sudadera. El uniforme me lo arreglaba allá para que no me quedara grande”.

El duelo

A diferencia de lo que se cree, para las Farc era más fácil combatir al Ejército que a los Paramilitares. Así lo explica “El sembrador” al reconocer que los grupos de autodefensas son más feroces.

“Con los paramilitares era más difícil porque ellos eran como más fuertes que las tropas del ejército, porque ellos ya se nos metían más encima, más encima. Nosotros teníamos que pararnos más duro o a veces salir corriendo. Llegue a correr varias veces”.

“El Sembrador” de minas antipersonal

Superadas estas dos pruebas, “El sembrador”, que hacía parte de un grupo de cerca de quince menores, distribuidos en varios campamentos (con capacidad cada uno de cerca de 20 personas), ahora se encargaba  de fabricar y sembrar minas antipersonal, las cuales, según él, mató a muchos soldados.

“Nosotros cuando sabíamos donde estaban (soldados y policías) íbamos y le minábamos todo el camino. Los esperábamos que vinieran. Cuando sonaban las minas ahí nosotros los atacábamos. Les empezábamos a tirar bombas con un tubo que se llama “Cardan”. Llegue a encontrar varios soldados sin piernas, muertos ahí cuando pisaban las minas. Los guerrilleros los arrecogían, los metían en una bolsa y los enterraban en el monte”.

Ya en este momento, “El sembrador” que tenía 16 años y estaba a cinco días de camino de su familia, era un experto en armar e instalar una mina antipersonal en un minuto. No le daba miedo, pero si tristeza al ver como mataba a otra persona por una guerra absurda.

“Por ahí un minuto me demoraba en instalar una mina antipersonal en los caminos. Siempre lo hacía entre las cuatro y cinco de la tarde, cuando estaba cerca el ejército y la policía. Uno arma la bomba con un explosivo que se llama TNT o Pentonita y la entierra. Le pone los cables con una batería de nueve voltios y la chancleta que activa la mina, para luego enterrarla en donde nadie la vea y entonces ahí cuando la pisan ella estalla. Yo sembré por ahí unas veinte minas antipersonal”.


El Programa Presidencial de Atención Integral contra Minas Antipersonal (paicma) en Colombia, reporta 10 mil 189 víctimas de minas antipersonal entre 1982 y 2012.

A lavar el cerebro

“El sembrador”, a penas a sus 16 años, además de ser un experto en sembrar minas antipersonal, le fue encomendada la tarea de hacer reuniones en los pueblos para convencer a la gente de que se metiera a las Farc, pero no logro convencer a nadie.

“Uno les decía que se metieran a la guerrilla que eso era bueno. Que uno luchaba por una causa justa. Esa era la política que le daban a uno allá. Entonces uno seguía esas mismas reglas. Me decían que uno luchaba aquí por la igualdad. Que nadie tengan más que otros y para llegar a gobernar a Colombia también. Habían unas personas que si apoyan a la guerrilla, como habían otras que no le gustaban ya las Farc”.

El Día de la Libertad

Luego de dos años en las Farc y de ver como varios de sus compañeritos decidían volarse por estar aburridos en la guerrilla, a “El sembrador”, le llego su turno.

“Un día estaba prestando guardia y me quede dormido. Debido a esto me castigaron con 500 viajes de leña. Ahí fue donde decidí huir. Antes de que obligaran a cumplir con los viajes de leña, a las nueve de la mañana deje todo tirado, hasta las armas, y salí corriendo solo con el camuflado puesto hasta dónde estaba el ejército que se encontraba a 900 metros de donde yo estaba. Una vez llegue les dije que me entregaba. Me agarraron, me hicieron tirar al suelo, me apuntaron con las armas y tenían ganas de matarme”.

Su nueva arma

Un año después de su entrega, la cual está fresca en su memoria, “El sembrador”, hincha del equipo de fútbol Nacional de la ciudad de Medellín, amante de la ensalada de frutas y con novia desde hace cinco meses, ahora no lucha contra el ejército, la policía o los paramilitares, ni siembra minas antipersonal, sino que lucha por lograr sus sueños.

“Desde hace un año estudio y me estoy capacitando. Estudio Mecánica Automotriz. Sueño con ser Administrador de Empresas, tener mi casa propia y ayudar a mi familia. Es una gran oportunidad de que me ha dado Dios. Mi familia dice que es la mejor decisión que he tomado y que me haya reconciliado con la sociedad. Las armas ya no las necesito. Tengo un arma mejor que es la mentalidad.

Nota al margen


La investigación realizada por el Grupo de Memoria Histórica, GMH, en Colombia, concluyó que el conflicto armado que lleva cinco décadas en Colombia, ha causado la muerte de aproximadamente 220 mil personas entre el primero de enero de 1958 y el 31 de diciembre de 2012.

(*) Fotos tomadas de Google

sábado, 6 de julio de 2013

LA CRÓNICA: A LOS 13 AÑOS YA ESTABA EN LAS FARC. FUE OBLIGADA A ABORTAR Y SU MADRE LA HACE MUERTA

Sudando, con su cara brillante, luciendo ropa deportiva y cargando un pesado niño que sollozaba. Así conocí en una calurosa tarde de viernes, a Yessica Lorena Cebáis Artunduaga, una joven madre de 19 años de nacionalidad colombiana y a su hijo, Ángel Estiven, de solo siete meses de nacido.

Sentada frente a mí, en un pequeño salón donde dos asientos son la única decoración y una ventanal con cortinas verticales de un verde gastado, Yessica, como puede, trata de consolar a su hijo que no deja de quejarse, pues desde hace varios días está enfermo. Tanto ella como él bebe no paran de sudar y moverse.

Empezamos a hablar. Sus primeras palabras, que juegan y se confunden con el balbuceo que hace con la boca el bebé, dejan escuchar frases de una infancia marcada, no por los juegos de muñecas, aventuras o amiguitos, sino por el maltrato.

A medida que la conversación avanza, Yessica, además de tener recuerdos de un triste pasado, desde hace dos años está sola con un hijo sin padre, sin trabajo, con un futuro incierto y carga con la melancolía de saber que su  madre piensa que está muerta hace más de cinco años.

AK-47, fusiles de asalto soviético y pistolas, fueron las armas y no los juguetes, que acompañaron desde los 13 a los 17 años a Yessica, una niña que tuvo una infancia dolorosa debido a la violencia intrafamiliar, un ambiente que la llevó a tomar una trágica decisión: ingresar a la guerrilla.

“Mis seis hermanitos y yo, la menor de todos, vivíamos en una finca en una vereda al sur oriente de Colombia. Tuve muchos problemas con mi padrastro.  Me echo de la casa y por eso me fui para allá. Por mi casa había mucha gente de la guerrilla, entonces pedí ingreso. Me dijeron que lo pensara. Yo no lo pensé, sino que me fui de una vez”.

Así Yessica como un medio de protección, ingresó a las Farc, Grupo Armado Organizado al Margen de la Ley en Colombia, que actualmente dialoga con el gobierno colombiano en la Habana, Cuba, para llegar a un Acuerdo de Paz, luego de más de 50 años de un conflicto interno que deja más de 5, 5 millones de víctimas.

Yessica, relata como si fuera una historia más, que una vez ingreso a la guerrilla la metieron a unos mini cursos, para luego ponerla a prestar guardia.

“Salía a exploraciones, es decir, a revisar el monte que no hubiera ejército. Me enseñaron como era la manera de vivir en la guerrilla. O sea, la disciplina y a manejar armas, las cuales disparaba cuando nos ponían hacer Polígono".

Durante el tiempo que  Yessica estuvo en el monte: manejó armas, prestó guardia y salió a explorar el monte, pero recuerda con voz entrecortada y con lágrimas que hacen más triste el cuadro, el peor momento que ha vivido en su corta vida y del cual aún no se repone.

“Luego de cuatro años en las Farc quede embarazada. No me violaron. Lo hice por voluntad propia.  Quede embarazada, y yo no dije nada, pero ellos se vinieron a dar cuenta cuando tenía seis meses.  Me dijeron que tenía que abortar. Que sino aceptaba me fusilaban. No podía volarme porque mantenía muy enferma, entonces de un momento a otro me cogieron de sorpresa y me lo sacaron”.

El silencio reinó en el pequeño salón. El bebé que hasta hace poco lloraba se une al pacto de silencio y deja moverse para mirar con asombro como si fuera un juguete que lo hipnotiza, como salen lágrimas de los verdes y llamativos ojos de Yessica. Por un momento dio la sensación que la conversación se hubiera terminado.

Pasan unos minutos. Yessica, mirando al suelo, como tratando de ocultar su desgracia, vuelve hablar sobre este episodio de su vida con palabras mucho más escalofriantes: “Yo quede prácticamente loca. Desde ahí he tenido problemas sicológicos y he intentado matarme varias veces”.

A Yessica la hacen muerta

Como si no fuera poco lo vivido por Yessica durante los cuatro años que permaneció reclutada por las Farc, desde hace dos años cuando se desvinculo de la guerrilla, luego de ser capturada en un reten del ejército, busca desesperadamente a su madre, quien la hace muerta.

“Durante los cuatro años en el monte nunca vi a mi familia. Había unos compañeros de la guerrilla que fueron a mi casa y le dijeron a mi mamá, Rubiela Cebáis Artunduaga, que me habían matado. Nunca más la volví a ver. He intentado encontrar a mis seres queridos. Hasta por Internet los he buscado. Ahora no distingo a ninguno de mis hermanos. A ratos me siento muy deprimida. Vivo sola con mi hijo”.

Agachando la cabeza y abrazando a su pequeño hijo, como tratando de evitar que alguien se lo arrebate, Yessica llora desconsolada buscando en cada palabra que saca de sus gruesos labios, gritar ¡ESTOY VIVA!

“Mi mamá dónde quiera que se encuentre quiero que ella se de cuenta que estoy viva. Que es abuela. La he buscado pero no la encuentro. La quiero ver. Me siento muy sola. Quiero saber cómo está y volver a su lado”.

Yessica, que sigue siendo observada por su pequeño hijo como tratando de entender del por qué llora, reitera que quiere encontrar a su mamá e irse a vivir con ella y recuperar todo el tiempo perdido que nunca alcanzó a disfrutar a su lado.

En un llanto que parece no tener fin, la joven mujer agrega: “quiero salir adelante porque ahora tengo una responsabilidad. Debo luchar. Quiero estudiar. Hacer mi carrera. Mi sueño siempre ha sido estudiar enfermería”.

Esta niña ex-guerrillera, que recorrió varios hogares del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, antes de quedar en embarazo por segunda vez, dice estar arrepentida de haber ingresado a la guerrilla, le da rabia con la vida porque fue obligada por las circunstancias, circunstancias que aprovecharon la guerrilla para reclutarla.

Ahora Yessica, que maduro antes de tiempo, que estuvo a punto morir fusilada sino abortaba, que su madre la hace muerta, que no distingue a sus seis hermanitos y que ha tratado de matarse, en este momento no puede trabajar porque “el patrón” para quien trabaja, se enojó porque su niño está enfermo y se la pasa llorando.


 “Yo necesito dedicarle tiempo a mi hijo. Es lo único que tengo en este momento”.