sábado, 10 de agosto de 2013

CRÓNICA: EL NIÑO SEMBRADOR DE MINAS ANTIPERSONAL

Solo estudio hasta tercero de primaria. Ya a los diez años sembraba coca y se gana ocho millones de pesos. A los quince empuñaba un arma y era guerrillero, a los 16 años fabricaba e instalaba minas antipersonal para matar soldados y policías, a los 17 huyó de la guerrilla antes de que lo asesinaran y ahora, a los 18 años, sueña con ser un Administrador de Empresas y tener su casa propia.

Es la historia de “El sembrador”, como le llamaremos a este hombre, que la guerra en Colombia le arrebato su niñez. Se crió junto a una tía en una pequeña vivienda de una vereda ubicada al sur occidente de Colombia, luego de que su madre emigrará a la capital, Bogotá, junto con sus cuatro hermanitos, luego de que fuera asesinado su padre.

“El sembrador”, que nunca se entero quién mató a su papá, hace parte de los 6.421 niños, niñas y adolescentes reclutados por grupos armados al margen de la Ley en Colombia, al 31 de marzo del 2013, según el Registro Único de Víctimas, RUV.

“Estudie hasta tercero de primaria y no seguí. Me olvide del estudio y me dedique a trabajar la agricultura. Sembrábamos con mi tía plátano, yuca y hasta coca, la cual la vendíamos a quienes la procesaban. Desde que tenía diez años empecé a sembrarla hasta los 15, cuando ingrese a la guerrilla”.

Como todo un experto en drogas ilícitas, “El sembrador”, describe paso a paso cómo, a sus escasos diez años, dejó a un lado sus estudios, sus juguetes y sus amiguitos, para dedicarse a sembrar coca, cuyas áreas en Colombia al 31 de diciembre de 2012, se han reducido en un 25 por ciento con relación al 2011.

“Uno comienza sembrando la plantica muy pequeñita. La va abonando hasta que ya este por ahí de un año y ya comienza a cosecharla. Es como sembrar cualquier cultivo de yuca o de plátano. Eso era cantidades lo que sembrábamos. Cinco o diez hectáreas hacíamos entre varios. Luego la vendíamos. En ese tiempo la arroba valía 45 mil pesos. Cada tres meses venían los narcotraficantes, compraban la coca y se iban. Yo llegue a ganar ocho millones de pesos. A veces le ayuda ahí a la casa. Compraba ropa y comida, pero no arroba”.

Fue así, como luego de cinco años de estar sembrando coca y obtener jugosas ganancias que se esfumaron entre sus pequeños dedos y solo quedan en el recuerdo, “El sembrador”, ya a los 15 años, se dejó seducir por las armas, el uniforme y hasta el caminar de los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, que constantemente recorrían su vereda y él podía verlos de cerca.

“Yo ingrese a la guerrilla porque me atraían las armas, la forma como vestían y como andaban. Por eso ingrese. Yo tenía un amigo. Le dije que quería ingresar. Me explicó las normas de allá y entonces me dijo que espera dos semanas. A las dos semanas me dijeron que si quería ir o me quería quedar. Entonces me fui. Llegue por allá. Me explicaron más a fondo el asunto de que no se le pagaba a nadie y que una vez entraba no podía salir”.

Así fue, “El sembrador” no pudo salir sino después de dos eternos años, tiempo en el cual vivió otra dura etapa en su corta vida, no propia de un niño de su edad y que será difícil de borrar por el resto de sus días.

Sus tres primeros meses como guerrillero fueron tan duros, que aún se pregunta cómo logró salir con vida.

“Cuando ingrese a la guerrilla estuve tres meses en entrenamientos. Eran muy duros. Es inexplicable. Tan difícil que casi uno no aguanta. Lo ponen andar de noche sin ningún tipo de luz, a correr casi todo el día, saltar y arrastrarse por el suelo. A veces nos alimentaban bien. Cuando había como. Un comandante me enseñó a disparar. La primer arma que tuve fue un fusil AK-47. Era un arma muy viejita. Casi no funcionaba bien hasta que me la cambiaron por otra mejor y más grande: un rifle G3, un arma venezolana que le caben 20 tiros al proveedor y pesa 15 libras. Yo lo limpiaba cada tres días. Hasta los tiros los limpiaba. Lo mantenía bien arregladito para que no se me fuera a dañar (risas)”.

Así, tres meses después de pasar esa primera prueba, para las Farc, “El sembrador” ya estaba listo para salir a orden público, es decir, a combatir con tropas del Ejército y Paramilitares.

“Mi primera experiencia fue muy dura porque era la primera vez que participaba en un enfrentamiento de la guerrilla contra el ejército. Estaba muy asustado, pero fui saliendo de seguido y perdí el miedo. Yo no sentí nada cuando disparé por primera vez. Nada de miedo. En los enfrentamientos con el ejercito siempre disparaba. Quien sabe si yo maté a alguien. A veces pensé que era mi último día”.

“El sembrador”, que en el campamento en donde se encontraba estaba acompañado de otros cuatro niños, les tocaba prestar guardia, ranchar (cocinar), planchar, lavar ropa y traer economía, es decir, remesas de los ríos donde las dejaban las canoas.

“Nos levantábamos a las cuatro de la mañana, desayunábamos a las seis y a las ocho ya debíamos estar disponible en el campamento para lo que pasara. Desayunábamos a veces sopa con arepa y café. El almuerzo era sopa, arroz y carnes y la comida solo arroz y carnes. Cuando me daba mucha hambre yo le pedía al comandante que me regalara. Tenía dos camuflamos y una sudadera. El uniforme me lo arreglaba allá para que no me quedara grande”.

El duelo

A diferencia de lo que se cree, para las Farc era más fácil combatir al Ejército que a los Paramilitares. Así lo explica “El sembrador” al reconocer que los grupos de autodefensas son más feroces.

“Con los paramilitares era más difícil porque ellos eran como más fuertes que las tropas del ejército, porque ellos ya se nos metían más encima, más encima. Nosotros teníamos que pararnos más duro o a veces salir corriendo. Llegue a correr varias veces”.

“El Sembrador” de minas antipersonal

Superadas estas dos pruebas, “El sembrador”, que hacía parte de un grupo de cerca de quince menores, distribuidos en varios campamentos (con capacidad cada uno de cerca de 20 personas), ahora se encargaba  de fabricar y sembrar minas antipersonal, las cuales, según él, mató a muchos soldados.

“Nosotros cuando sabíamos donde estaban (soldados y policías) íbamos y le minábamos todo el camino. Los esperábamos que vinieran. Cuando sonaban las minas ahí nosotros los atacábamos. Les empezábamos a tirar bombas con un tubo que se llama “Cardan”. Llegue a encontrar varios soldados sin piernas, muertos ahí cuando pisaban las minas. Los guerrilleros los arrecogían, los metían en una bolsa y los enterraban en el monte”.

Ya en este momento, “El sembrador” que tenía 16 años y estaba a cinco días de camino de su familia, era un experto en armar e instalar una mina antipersonal en un minuto. No le daba miedo, pero si tristeza al ver como mataba a otra persona por una guerra absurda.

“Por ahí un minuto me demoraba en instalar una mina antipersonal en los caminos. Siempre lo hacía entre las cuatro y cinco de la tarde, cuando estaba cerca el ejército y la policía. Uno arma la bomba con un explosivo que se llama TNT o Pentonita y la entierra. Le pone los cables con una batería de nueve voltios y la chancleta que activa la mina, para luego enterrarla en donde nadie la vea y entonces ahí cuando la pisan ella estalla. Yo sembré por ahí unas veinte minas antipersonal”.


El Programa Presidencial de Atención Integral contra Minas Antipersonal (paicma) en Colombia, reporta 10 mil 189 víctimas de minas antipersonal entre 1982 y 2012.

A lavar el cerebro

“El sembrador”, a penas a sus 16 años, además de ser un experto en sembrar minas antipersonal, le fue encomendada la tarea de hacer reuniones en los pueblos para convencer a la gente de que se metiera a las Farc, pero no logro convencer a nadie.

“Uno les decía que se metieran a la guerrilla que eso era bueno. Que uno luchaba por una causa justa. Esa era la política que le daban a uno allá. Entonces uno seguía esas mismas reglas. Me decían que uno luchaba aquí por la igualdad. Que nadie tengan más que otros y para llegar a gobernar a Colombia también. Habían unas personas que si apoyan a la guerrilla, como habían otras que no le gustaban ya las Farc”.

El Día de la Libertad

Luego de dos años en las Farc y de ver como varios de sus compañeritos decidían volarse por estar aburridos en la guerrilla, a “El sembrador”, le llego su turno.

“Un día estaba prestando guardia y me quede dormido. Debido a esto me castigaron con 500 viajes de leña. Ahí fue donde decidí huir. Antes de que obligaran a cumplir con los viajes de leña, a las nueve de la mañana deje todo tirado, hasta las armas, y salí corriendo solo con el camuflado puesto hasta dónde estaba el ejército que se encontraba a 900 metros de donde yo estaba. Una vez llegue les dije que me entregaba. Me agarraron, me hicieron tirar al suelo, me apuntaron con las armas y tenían ganas de matarme”.

Su nueva arma

Un año después de su entrega, la cual está fresca en su memoria, “El sembrador”, hincha del equipo de fútbol Nacional de la ciudad de Medellín, amante de la ensalada de frutas y con novia desde hace cinco meses, ahora no lucha contra el ejército, la policía o los paramilitares, ni siembra minas antipersonal, sino que lucha por lograr sus sueños.

“Desde hace un año estudio y me estoy capacitando. Estudio Mecánica Automotriz. Sueño con ser Administrador de Empresas, tener mi casa propia y ayudar a mi familia. Es una gran oportunidad de que me ha dado Dios. Mi familia dice que es la mejor decisión que he tomado y que me haya reconciliado con la sociedad. Las armas ya no las necesito. Tengo un arma mejor que es la mentalidad.

Nota al margen


La investigación realizada por el Grupo de Memoria Histórica, GMH, en Colombia, concluyó que el conflicto armado que lleva cinco décadas en Colombia, ha causado la muerte de aproximadamente 220 mil personas entre el primero de enero de 1958 y el 31 de diciembre de 2012.

(*) Fotos tomadas de Google