miércoles, 10 de mayo de 2017

EN BUSCA DE LOS DESAPARECIDOS

Yeseli Elizabeth
Desde el sábado seis de mayo de 2017, se encuentra desaparecida la joven de 24 años de edad, Yeseli Elizabeth Rivera.

La joven salió de su casa en el barrio San Luis, segunda etapa, al nororiente de Cali, a ver un partido de fútbol cerca de su vivienda.

Angela del Pilar Espinoza, madre de Yeseli, le hizo un llamado para que recuerde tomarse el medicamento psiquiátrico para la depresión.

Yeseli Elizabeth Rivera tiene un tatuaje en la pierna izquierda, al lado del tobillo.

Si alguien sabe el paradero de Yeseli Elizabeth Rivera, puede comunicarse al número celular 3104672944.

EN BUSCA DE LOS DESAPARECIDOS

Más de cinco meses cumple desaparecida Laura Andrea Duque Márquez, de 35 años de edad.

La última vez que se vio a la mujer, que vivía con su novio en el barrio Antonio Nariño, al nororiente de Cali, fue el 30 de diciembre de 2016.

Laura, que es de ojos color café, contextura atlética y con varios tatuajes en el cuerpo, es madre de un niño de ocho años.

Juan Manuel Duque, hermano de Laura Andrea, reveló que la han buscado en las principales ciudades del país y poblaciones cercanas a Cali, sin resultados positivos.

Las personas que sepan del paradero de Laura Andrea Duque Márquez, pueden llamar al número celular 3107452610.

martes, 9 de mayo de 2017

UNA MIRADA A LOS FEMICIDIOS

EL VALLE DEL CAUCA: DESDE EL 2014 CON EL MAYOR NUMERO DE FEMINICIDIOS EN EL PAIS

Norma Lucía Bermudez
Soy una activista con alcances académicos o una académica con pasiones de activista. Tengo formación profesional en Comunicación social, trabajo social y Magister en educación popular. Pertenezco al Centro de Estudios de Género de la Universidad del Valle, a la Fundación Mavi, a diversos colectivos y redes que defienden la vida y los derechos en la región y el país. 
Soy conferencista, tallerista y tengo publicaciones en distintos medios hablados y audiovisuales. 

Primera escena: en el patio de recreo de cualquier escuela pública o privada dos o más niñas aprovechan el patio de recreo para practicar un viejo juego de manos:

En los países de habla hispana, desde hace por lo menos cuatro décadas, se viene cantando esta y muchas más canciones,  que acostumbran a las niñas a ver la violencia de pareja como algo natural, inevitable y hasta jocoso.

Segunda escena:
En un barrio popular de Buenaventura, un grupo de niños y niñas están jugando en una calle. Surge un desacuerdo Y las niñas ya se quieren retirar del juego. Ellos, de 8 o 9 años las amenazan: “Y si mejor las llevamos pa´ las casas de pique?”

Tercera escena:
En el año 2010 fue capturado en Yotoco un agricultor a quien la prensa de manera sensacionalista apodó “el monstruo de Buga”. Cumplidos los 13 años de edad de su hija mayor, este hombre comenzó a violarla, la raptó hacia la zona rural y de sus violaciones incestuosas que duraron 13 años nacieron 6 hijos.  Fue condenado a la mínima pena: 84 meses. Ya cesó su condena, pero no la de la víctima, que continúa sometida a la miseria y al miedo en el mismo ambiente hostil que nunca la supo proteger y por el contrario, la acosa y la arrincona cada vez más.

Cuarta escena:
Después de haber recibido capacitaciones sobre la Ruta de Atención en Violencia sexual, una contratista del municipio es agredida sexualmente por su casero. Acude al Centro de Salud, donde después de dos horas de espera le dicen que siga esperando, pues hay heridos y gente grave y su caso no es de gravedad. Se dirige a la Fiscalía, donde le dicen que es fin de semana largo y hay mucho trabajo. Sin familia en Cali, decide llamar a su jefe quien le ofrece su apartamento, le permite bañarse, le presta ropa y la acompaña a sacar  algunos objetos personales de la casa del violador.  Después del puente festivo vuelve a hacer la ruta. En todas partes la regañan por haberse bañado, pues así ha contaminado las pruebas.

Quinta escena:
A tan sólo un mes de casada, una mujer cae desde el balcón de su apartamento, en un 8° piso de una unidad residencial en Cali. La familia tiene fuertes sospechas sobre el esposo, pues tiene antecedentes de violencias y en otra ocasión intentó arrojar a la novia por el piso 10° de un hotel. Este se defiende alegando que fue un suicidio. Después se sabe que la primera esposa también murió en circunstancias misteriosas, también en un aparente suicidio. La policía y la fiscalía dejan manipular la escena de la muerte, no actúan. La familia empieza a recolectar pruebas, obtienen el video de vigilancia, contratan peritos expertos en caídas, la madre de la víctima llega con su dolor y su esperanza de que se haga justicia y dice que teme que la impunidad permita a este hombre cobrar más víctimas. La respuesta del fiscal es “esto no es una telenovela, señora. Debería darle pesar de ese señor que ya ha perdido dos esposas”

Sexta escena:
Enciendo la radio o abro un periódico y casi a diario, leo o escucho de otro “crimen pasional”. Me entristezco. Hemos hecho tantas sensibilizaciones, conversaciones y capacitaciones con periodistas, que no se justifica. Llamarlos así es atribuir las muertes de mujeres a manos de sus parejas o exparejas al amor o a la pasión. Nada más lejano del amor o la pasión que el sentimiento de propiedad con el que nos han enseñado a relacionarnos. Hay manuales, decálogos, instructivos sobre cómo nombrar las violencias de género, sobre cómo desde los medios de comunicación  hacer pedagogía social y deslegitimar las violencias machistas.

Y así, en miles de escenas más, en cada momento de la vida, en cada esquina y en cada contacto de las mujeres con el Estado, con los medios o con la sociedad, una nueva fuente de violencias parece cernirse sobre nosotras.

Las violencias son un continuo. No vienen solas. Las sostiene una cultura que lleva siglos incubando creencias de inferioridad de las mujeres, de ser propiedad de los hombres, de tener cierta esencia mala que hay que corregir. Una cultura que enseña a los hombres a agredir y a las mujeres a ser agredidas como parte de la “normalidad”.

Según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal, el Valle del Cauca lleva tres años (2014, 2015 y 2016) ocupando el deshonroso primer lugar en feminicidios en el país[1]. Y sin embargo, desde que fue promulgada la ley Rosa Elvira Cely (1760 de 2015) sólo hay una condena por feminicidio y una por intento de feminicidio en todo el departamento. La impunidad es casi total. No es de extrañar, con las enormes barreras culturales que tenemos, sembradas desde la primera infancia.

Con este panorama, queda claro que urgen cambios culturales y la buena noticia es que todas y todos, desde donde estemos, podemos y debemos contribuir a ellos. Es posible y urgente desaprender el machismo. Es posible y urgente inventarnos nuevas maneras de relacionarnos que no pasen por la posesión, el control y las violencias. Hay que empezar ya desde todos los lugares, estratos y sectores. Sólo así podemos soñarnos una nueva generación de hombres no agresores y mujeres no agredibles.
Sólo así podemos soñar con una sociedad que construye nuevos pactos de convivencia, equidad y felicidad. Una sociedad que merece y disfruta de la anhelada paz sostenible.





[1] http://www.medicinalegal.gov.co/documents/88730/4023454/genero.pdf/8b306a85-352b-4efa-bbd6-ba5ffde384b9

miércoles, 3 de mayo de 2017

TRECE MENORES HAN MUERTO EN LOS ULTIMOS SEIS AÑOS POR BALAS PERDIDAS

Desde bebes en el vientre de su madre, pasando por niños, niñas y adolescentes, han tenido que padecer en Cali, de una violencia que no les pertenece. 

Han sido víctimas de las mal llamadas “balas perdidas”, que les han causado su muerte o lesiones de por vida, pese a no hacer parte de ningún tipo de conflicto, pero que habitan o transitan por sectores del oriente, nororiente y ladera de la ciudad, en donde se presentan enfrentamiento entre pandillas, se registran ajustes de cuentas, proliferan las “Fronteras Invisibles” o “Líneas Imaginarias”, y hasta cuando se hacen celebraciones por partidos de fútbol en la vía pública.

Informe: Colombia es el cuarto país del mundo en donde se asesinan más niños y niñas.

Entre el 2010 y 2016, se presentaron 13 casos de menores muertos (siete niñas y seis niños) por “balas perdidas” en Cali, según la Secretaría de Gobierno Convivencia y Seguridad de la Alcaldía.

Según el Observatorio de Seguridad, que en 2015, la ciudad registró 1.378 homicidios y en 2016 un total de 1.297, lo que representó 81 casos menos.

En los años 2015 y 2016, la Comuna de Cali que registró el mayor número de homicidios fue la 15, conocida como el Distrito de Aguablanca, conformada por los barrios Comuneros I, Mojica, Laureano Gómez, El Retiro, El Vallado, Ciudad Córdoba, Bajos de Ciudad Córdoba o Morichal de Comfandi y Llano Verde, en su mayoría habitada por gente que llego a la ciudad, desplazada de la violencia armada, especialmente del pacífico y el sur de Colombia.

El Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, regional suroccidente, durante 2015 atendió un total de 711 casos por presuntos homicidios en Cali, de los cuales, 5 fueron niñas y 24 niños (hasta los 14 años de edad), así como 11 mujeres y 217 jóvenes (entre los 15 y 18 años de edad), para un total de 257 menores muertos en hechos violentos durante ese año.

En el 2016, Medicina Legal en Cali, atendió un total de 571 casos por presuntos homicidios, de los cuales, 4 fueron de niñas y 17 niños (hasta los 14 años de edad), así como 5 mujeres y 156 jóvenes (entre los 15 y 18 años de edad), para un total de 182 menores asesinados en el último año.

Cabe anotar, que el Instituto Nacional de Medicina Legal, ubico al Valle del Cauca como el departamento más violento en 2016, incluida la ciudad de Cali.

De acuerdo con las estadísticas suministradas por el Centro de Investigaciones Criminológicas de la Policía Metropolitana de Cali, durante el 2016, el índice de homicidios en la ciudad se redujo en -7% con 90 casos menos frente a los reportes generados en el año 2015  (información cruzada con el Observatorio de Seguridad de la Alcaldía Municipal).

El Vicepresidente de Colombia, el general retirado Óscar Naranjo, quien fue Comandante de la Policía Metropolitana de Cali, dijo en abril de 2017 que para fortuna de los caleños por primera vez en 25 años la ciudad está experimentando su tasa más baja de homicidios.

“Una tasa que ciertamente todavía es elevada, de 54 homicidios por 100 mil habitantes, pero la importancia es que después de 25 años estamos regresando a las tasas que realmente nos deben a todos inspirar conseguir”, subrayo Naranjo.


De acuerdo a un diagnostico situacional de inseguridad en Cali, de la Personería Municipal, las primeras causas de homicidios de niños, niñas y adolescentes en la ciudad, se deben a enfrentamientos entre pandillas y “balas perdidas”.