lunes, 21 de junio de 2010

Varios extranjeros llegan a Cali en busca de niñas “unidad sellada”, es decir, vírgenes

Es una noche fría. Por esta época del año (junio) Cali, la Capital del Valle, vive días de lluvia y sol. Abordo un taxi. Son las 10:05 de la noche. Estoy al Oeste de la ciudad.

Le digo al conductor que me lleve a mi apartamento, ubicado al Norte y que utilice la Avenida Sexta, para evitar el desvió ubicado en la Carrera Primera con Calle 21, por parte de la Policía, que trata de evitar un nuevo atentado terrorista de las milicias de las Farc, contra la sede del Comando de la Policía Metropolitana de Cali, que años atrás un carro bomba destruyó.

Durante el trayecto, el radio teléfono no deja de sonar. La voz de una mujer lee rápidamente direcciones que en segundo son atendidas por otros conductores que con claves -que solo ellos conocen- aseguran la carrera, es decir, el servicio.

El conductor, un hombre de pelo indio, blanco, bigote y un rostro que dibuja las largas jornadas de trabajo, me mira por el espejo retrovisor, adornado por varios escapularios, y me pregunta: ¿Sale de trabajar? “Si. Un día relativamente tranquilo, pero con mucho trabajo”. Le contesto. ¿Y qué tal el trabajo hoy? Le pregunto. “Ha estado bueno. Con el pago de la prima la gente esta saliendo. Hay movimiento”. Me contesta.

La luz roja de un semáforo nos impide seguir el camino. Estamos en una de las esquinas de rumba en Cali. La Avenida Sexta. La música se escucha por lado y lado. Salsa, vallenato y merengue sale de pintorescos sitios en donde los meseros –vestidos de negro- salen a los andenes a motivar a las mujeres, hombres o parejas que transitan por este sector, a que ingresen a “rumbear”, como se dice en Cali y conocida en Colombia y el mundo como la “Capital de la Salsa”.

Mientras esperamos que el semáforo cambie a verde, se cruza frente a nosotros una joven -no mayor de 18 años- vistiendo una blusa blanca y Jean azul descaderado, que deja ver su ombligo, una pequeña cintura y un hilo blanco, de lo que parece ser su diminuta ropa interior.

Al cruzar, llega donde un vendedor ambulante, compra un cigarrillo, lo prende y se queda allí, observando a cada uno de los vehículos que espera el cambio de luz, como esperando a que alguien la llame.

Ya en camino, el conductor me dice que esas son “niñas” que salen a las calles de “rebusque” de clientes en especial con carro o extranjeros.

¿De extranjeros. Cómo así? Le pregunto. “En este medio en que trabajo uno ve, escucha y le pregunta muchas cosas. A uno le sale gente: Ve, vos no sabes de una parte en donde podamos conseguir niñas más que todo. Sardinitas. Un pasajero me ofreció 500 mil pesos si le conseguía una niña `Unidad Sellada´, es decir Señorita o Virgen. Yo no sé, pero tengo quién se la consigue. Le dije”.

Como si se tratará de algo muy normal, el taxista me cuenta que tiene unos clientes españoles e italianos que cada vez que viene a Cali lo ubican y él llama la persona que ubica las niñas, de 14, 15 y 16 años, y salen con ellos, se ganan su billete y él se gana su platica.

“Aquí en Cali hay sitios en donde trabajan niñas, sardinitas. Hay casas de negocios que son reservados. Usted queda sano. Entra sin problemas y listo”.

En otra luz roja de un semáforo, ubicado esta vez al frente de la Avenida Tercera con 44, ya en el Norte, el conductor del taxi me hablo de un caso de varias niñas de un colegio.

Ya en marcha me cuenta.

“Hace dos meses en el Ingenio, que es un sector de estrato alto al sur de Cali, cinco niñas con uniforme de colegio me colocaron la mano a eso de las 3 y 30 de la tarde, luego de bajar de un bus. Una vez en el taxi me pidieron que si podían cambiarse de ropa. A lo cual dije que no había problema. La niña que iba en el puesto al lado mío se bajo la falta, me mostró los “cucos” y con esa ropa taparon las ventanas. Una vez cambiadas le sonó el celular a una de ellas y concretaron un servicio con unos italianos, que según ellas, pagaban buena plata”.

Pero ahí no para la historia. Ya casi llegando a mi apartamento el conductor me dijo que luego de la llamada del italiano, a una de las “colegialas” la llamo un americano.

“La que recibió la llamada dijo. Este paga en dólares. Vamos mejor para allá. Las lleve y cuando llegue el tipo me pago 100 mil pesos por la carrera. Me pidieron que las recogiera en dos horas. A las dos horas volví, pero al americano bajo y me dijo: tú esperar ahí. Y me regalo 50 mil pesos. Luego las recogí como a las 9 de la noche”. Una venía con 1.300 dólares y la que menos traía tenía 800 dólares. Imagínese pues”.

Al preguntarle que si Cali se podría catalogar como una ciudad utilizada para turismo sexual infantil, el taxista me dijo: “le voy a decir una cosa. Cali de día es una ciudad, de noche una Metrópoli. Usted ve de noche cosas que nunca las ha llegado a ver durante el día. Así de sencillo. ¿Cómo la ve?

Llegamos. Ya son las 10:35 de la noche. La carrera tiene un costo de 8.900 pesos. El frío es más fuerte. El cielo esta blanco. Se avecina lluvia. Me despido del taxista y le digo gracias por la información. El taxista me desea una feliz noche y se aleja.

2 comentarios:

  1. Juan Carlos, cuando leí el título de esta crónica, no se por que me imamaginé el relato de la frecuencia con que llegan extranjeros a Cali con el ánimo de adoptar niños de esta ciudad casi siempre afrodescendientes, pero este es el relato de una realidad totalmente contraria, el reflejo de la absoluta descomposición de una sociedad que vive todavía a la sombra de una falsa economía y de una descomposición social casi absurda financiada por los dólares y euros de extranjeros deprabados y sin escrúpulos, es lamentable.

    ResponderEliminar
  2. Juan, es cierto Cali en las noches es una ciudad de la vida alegre, lo peor es que hay sectores que ya estan identificados pero ni así las autoridades colabora. El colmo del caso, es que cuando llegan extranjeros al país, nos arrodillamos ante ellos y en ocasiones no sabemos el daño que vienen a causar. Gracias

    ResponderEliminar