Sudando,
con su cara brillante, luciendo ropa deportiva y cargando un pesado niño que
sollozaba. Así conocí en una calurosa tarde de viernes, a Yessica Lorena Cebáis
Artunduaga, una joven madre de 19 años de nacionalidad colombiana y a su hijo,
Ángel Estiven, de solo siete meses de nacido.
Sentada
frente a mí, en un pequeño salón donde dos asientos son la única decoración y
una ventanal con cortinas verticales de un verde gastado, Yessica, como puede,
trata de consolar a su hijo que no deja de quejarse, pues desde hace varios
días está enfermo. Tanto ella como él bebe no paran de sudar y moverse.
Empezamos
a hablar. Sus primeras palabras, que juegan y se confunden con el balbuceo que
hace con la boca el bebé, dejan escuchar frases de una infancia marcada, no por
los juegos de muñecas, aventuras o amiguitos, sino por el maltrato.
A
medida que la conversación avanza, Yessica, además de tener recuerdos de un
triste pasado, desde hace dos años está sola con un hijo sin padre, sin
trabajo, con un futuro incierto y carga con la melancolía de saber que su madre piensa que está muerta hace más de
cinco años.
AK-47,
fusiles de asalto soviético y pistolas, fueron las armas y no los juguetes, que
acompañaron desde los 13 a los 17 años a Yessica, una niña que tuvo una
infancia dolorosa debido a la violencia intrafamiliar, un ambiente que la llevó
a tomar una trágica decisión: ingresar a la guerrilla.
“Mis
seis hermanitos y yo, la menor de todos, vivíamos en una finca en una vereda al
sur oriente de Colombia. Tuve muchos problemas con mi padrastro. Me echo de la casa y por eso me fui para
allá. Por mi casa había mucha gente de la guerrilla, entonces pedí ingreso. Me
dijeron que lo pensara. Yo no lo pensé, sino que me fui de una vez”.
Así
Yessica como un medio de protección, ingresó a las Farc, Grupo Armado
Organizado al Margen de la Ley en Colombia, que actualmente dialoga con el
gobierno colombiano en la Habana, Cuba, para llegar a un Acuerdo de Paz, luego
de más de 50 años de un conflicto interno que deja más de 5, 5 millones de
víctimas.
Yessica,
relata como si fuera una historia más, que una vez ingreso a la guerrilla la
metieron a unos mini cursos, para luego ponerla a prestar guardia.
“Salía
a exploraciones, es decir, a revisar el monte que no hubiera ejército. Me
enseñaron como era la manera de vivir en la guerrilla. O sea, la disciplina y a
manejar armas, las cuales disparaba cuando nos ponían hacer Polígono".
Durante
el tiempo que Yessica estuvo en el
monte: manejó armas, prestó guardia y salió a explorar el monte, pero recuerda
con voz entrecortada y con lágrimas que hacen más triste el cuadro, el peor
momento que ha vivido en su corta vida y del cual aún no se repone.
“Luego
de cuatro años en las Farc quede embarazada. No me violaron. Lo hice por voluntad
propia. Quede embarazada, y yo no dije
nada, pero ellos se vinieron a dar cuenta cuando tenía seis meses. Me dijeron que tenía que abortar. Que sino
aceptaba me fusilaban. No podía volarme porque mantenía muy enferma, entonces
de un momento a otro me cogieron de sorpresa y me lo sacaron”.
El
silencio reinó en el pequeño salón. El bebé que hasta hace poco lloraba se une
al pacto de silencio y deja moverse para mirar con asombro como si fuera un
juguete que lo hipnotiza, como salen lágrimas de los verdes y llamativos ojos
de Yessica. Por un momento dio la sensación que la conversación se hubiera
terminado.
Pasan
unos minutos. Yessica, mirando al suelo, como tratando de ocultar su desgracia,
vuelve hablar sobre este episodio de su vida con palabras mucho más
escalofriantes: “Yo quede prácticamente loca. Desde ahí he tenido problemas
sicológicos y he intentado matarme varias veces”.
A
Yessica la hacen muerta
Como
si no fuera poco lo vivido por Yessica durante los cuatro años que permaneció
reclutada por las Farc, desde hace dos años cuando se desvinculo de la
guerrilla, luego de ser capturada en un reten del ejército, busca
desesperadamente a su madre, quien la hace muerta.
“Durante
los cuatro años en el monte nunca vi a mi familia. Había unos compañeros de la
guerrilla que fueron a mi casa y le dijeron a mi mamá, Rubiela Cebáis
Artunduaga, que me habían matado. Nunca más la volví a ver. He intentado
encontrar a mis seres queridos. Hasta por Internet los he buscado. Ahora no
distingo a ninguno de mis hermanos. A ratos me siento muy deprimida. Vivo sola
con mi hijo”.
Agachando
la cabeza y abrazando a su pequeño hijo, como tratando de evitar que alguien se
lo arrebate, Yessica llora desconsolada buscando en cada palabra que saca de
sus gruesos labios, gritar ¡ESTOY VIVA!
“Mi
mamá dónde quiera que se encuentre quiero que ella se de cuenta que estoy viva.
Que es abuela. La he buscado pero no la encuentro. La quiero ver. Me siento muy
sola. Quiero saber cómo está y volver a su lado”.
Yessica,
que sigue siendo observada por su pequeño hijo como tratando de entender del
por qué llora, reitera que quiere encontrar a su mamá e irse a vivir con ella y
recuperar todo el tiempo perdido que nunca alcanzó a disfrutar a su lado.
En
un llanto que parece no tener fin, la joven mujer agrega: “quiero salir
adelante porque ahora tengo una responsabilidad. Debo luchar. Quiero estudiar.
Hacer mi carrera. Mi sueño siempre ha sido estudiar enfermería”.
Esta
niña ex-guerrillera, que recorrió varios hogares del Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar, antes de quedar en embarazo por segunda vez, dice estar
arrepentida de haber ingresado a la guerrilla, le da rabia con la vida porque
fue obligada por las circunstancias, circunstancias que aprovecharon la
guerrilla para reclutarla.
Ahora
Yessica, que maduro antes de tiempo, que estuvo a punto morir fusilada sino
abortaba, que su madre la hace muerta, que no distingue a sus seis hermanitos y
que ha tratado de matarse, en este momento no puede trabajar porque “el patrón”
para quien trabaja, se enojó porque su niño está enfermo y se la pasa llorando.
“Yo necesito dedicarle tiempo a mi hijo. Es lo
único que tengo en este momento”.
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