Es la historia de “El sembrador”,
como le llamaremos a este hombre, que la guerra en Colombia le arrebato su
niñez. Se crió junto a una tía en una pequeña vivienda de una vereda ubicada al
sur occidente de Colombia, luego de que su madre emigrará a la capital, Bogotá,
junto con sus cuatro hermanitos, luego de que fuera asesinado su padre.
“El sembrador”, que nunca se entero
quién mató a su papá, hace parte de los 6.421 niños, niñas y adolescentes
reclutados por grupos armados al margen de la Ley en Colombia, al 31 de marzo
del 2013, según el Registro Único de Víctimas, RUV.
“Estudie hasta tercero de primaria
y no seguí. Me olvide del estudio y me dedique a trabajar la agricultura. Sembrábamos
con mi tía plátano, yuca y hasta coca, la cual la vendíamos a quienes la
procesaban. Desde que tenía diez años empecé a sembrarla hasta los 15, cuando ingrese
a la guerrilla”.
Como todo un experto en drogas
ilícitas, “El sembrador”, describe paso a paso cómo, a sus escasos diez años,
dejó a un lado sus estudios, sus juguetes y sus amiguitos, para dedicarse a sembrar
coca, cuyas áreas en Colombia al 31 de diciembre de 2012, se han reducido en un
25 por ciento con relación al 2011.
“Uno comienza sembrando la
plantica muy pequeñita. La va abonando hasta que ya este por ahí de un año y ya
comienza a cosecharla. Es como sembrar cualquier cultivo de yuca o de plátano.
Eso era cantidades lo que sembrábamos. Cinco o diez hectáreas hacíamos entre varios.
Luego la vendíamos. En ese tiempo la arroba valía 45 mil pesos. Cada tres meses
venían los narcotraficantes, compraban la coca y se iban. Yo llegue a ganar
ocho millones de pesos. A veces le ayuda ahí a la casa. Compraba ropa y comida,
pero no arroba”.
Fue así, como luego de cinco años
de estar sembrando coca y obtener jugosas ganancias que se esfumaron entre sus
pequeños dedos y solo quedan en el recuerdo, “El sembrador”, ya a los 15 años,
se dejó seducir por las armas, el uniforme y hasta el caminar de los
guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, que constantemente
recorrían su vereda y él podía verlos de cerca.
“Yo ingrese a la guerrilla porque
me atraían las armas, la forma como vestían y como andaban. Por eso ingrese. Yo
tenía un amigo. Le dije que quería ingresar. Me explicó las normas de allá y
entonces me dijo que espera dos semanas. A las dos semanas me dijeron que si quería
ir o me quería quedar. Entonces me fui. Llegue por allá. Me explicaron más a
fondo el asunto de que no se le pagaba a nadie y que una vez entraba no podía
salir”.
Así fue, “El sembrador” no pudo
salir sino después de dos eternos años, tiempo en el cual vivió otra dura etapa
en su corta vida, no propia de un niño de su edad y que será difícil de borrar
por el resto de sus días.
Sus tres primeros meses como
guerrillero fueron tan duros, que aún se pregunta cómo logró salir con vida.
“Cuando ingrese a la guerrilla estuve
tres meses en entrenamientos. Eran muy duros. Es inexplicable. Tan difícil que
casi uno no aguanta. Lo ponen andar de noche sin ningún tipo de luz, a correr
casi todo el día, saltar y arrastrarse por el suelo. A veces nos alimentaban
bien. Cuando había como. Un comandante me enseñó a disparar. La primer arma que
tuve fue un fusil AK-47. Era un arma muy viejita. Casi no funcionaba bien hasta
que me la cambiaron por otra mejor y más grande: un rifle G3, un arma
venezolana que le caben 20 tiros al proveedor y pesa 15 libras. Yo lo limpiaba cada
tres días. Hasta los tiros los limpiaba. Lo mantenía bien arregladito para que
no se me fuera a dañar (risas)”.
Así, tres meses después de pasar
esa primera prueba, para las Farc, “El sembrador” ya estaba listo para salir a orden
público, es decir, a combatir con tropas del Ejército y Paramilitares.
“Mi primera experiencia fue muy
dura porque era la primera vez que participaba en un enfrentamiento de la
guerrilla contra el ejército. Estaba muy asustado, pero fui saliendo de seguido
y perdí el miedo. Yo no sentí nada cuando disparé por primera vez. Nada de
miedo. En los enfrentamientos con el ejercito siempre disparaba. Quien sabe si
yo maté a alguien. A veces pensé que era mi último día”.
“El sembrador”, que en el
campamento en donde se encontraba estaba acompañado de otros cuatro niños, les tocaba
prestar guardia, ranchar (cocinar), planchar, lavar ropa y traer economía, es
decir, remesas de los ríos donde las dejaban las canoas.
“Nos levantábamos a las cuatro de
la mañana, desayunábamos a las seis y a las ocho ya debíamos estar disponible
en el campamento para lo que pasara. Desayunábamos a veces sopa con arepa y
café. El almuerzo era sopa, arroz y carnes y la comida solo arroz y carnes. Cuando
me daba mucha hambre yo le pedía al comandante que me regalara. Tenía dos
camuflamos y una sudadera. El uniforme me lo arreglaba allá para que no me
quedara grande”.
El duelo
A diferencia de lo que se cree,
para las Farc era más fácil combatir al Ejército que a los Paramilitares. Así
lo explica “El sembrador” al reconocer que los grupos de autodefensas son más
feroces.
“Con los paramilitares era más
difícil porque ellos eran como más fuertes que las tropas del ejército, porque
ellos ya se nos metían más encima, más encima. Nosotros teníamos que pararnos
más duro o a veces salir corriendo. Llegue a correr varias veces”.
“El Sembrador” de minas
antipersonal
Superadas estas dos pruebas, “El
sembrador”, que hacía parte de un grupo de cerca de quince menores,
distribuidos en varios campamentos (con capacidad cada uno de cerca de 20
personas), ahora se encargaba de
fabricar y sembrar minas antipersonal, las cuales, según él, mató a muchos
soldados.
“Nosotros cuando sabíamos donde
estaban (soldados y policías) íbamos y le minábamos todo el camino. Los
esperábamos que vinieran. Cuando sonaban las minas ahí nosotros los atacábamos.
Les empezábamos a tirar bombas con un tubo que se llama “Cardan”. Llegue a
encontrar varios soldados sin piernas, muertos ahí cuando pisaban las minas. Los
guerrilleros los arrecogían, los metían en una bolsa y los enterraban en el
monte”.
Ya en este momento, “El sembrador”
que tenía 16 años y estaba a cinco días de camino de su familia, era un experto
en armar e instalar una mina antipersonal en un minuto. No le daba miedo, pero
si tristeza al ver como mataba a otra persona por una guerra absurda.
“Por ahí un minuto me demoraba en
instalar una mina antipersonal en los caminos. Siempre lo hacía entre las cuatro
y cinco de la tarde, cuando estaba cerca el ejército y la policía. Uno arma la
bomba con un explosivo que se llama TNT o Pentonita y la entierra. Le pone los
cables con una batería de nueve voltios y la chancleta que activa la mina, para
luego enterrarla en donde nadie la vea y entonces ahí cuando la pisan ella
estalla. Yo sembré por ahí unas veinte minas antipersonal”.
El Programa Presidencial de Atención Integral contra Minas Antipersonal (paicma) en Colombia, reporta 10 mil 189 víctimas de minas antipersonal entre 1982 y 2012.
A lavar el cerebro
“El sembrador”, a penas a sus 16
años, además de ser un experto en sembrar minas antipersonal, le fue encomendada
la tarea de hacer reuniones en los pueblos para convencer a la gente de que se
metiera a las Farc, pero no logro convencer a nadie.
“Uno les decía que se metieran a
la guerrilla que eso era bueno. Que uno luchaba por una causa justa. Esa era la
política que le daban a uno allá. Entonces uno seguía esas mismas reglas. Me
decían que uno luchaba aquí por la igualdad. Que nadie tengan más que otros y para
llegar a gobernar a Colombia también. Habían unas personas que si apoyan a la
guerrilla, como habían otras que no le gustaban ya las Farc”.
El Día de la Libertad
Luego de dos años en las Farc y de
ver como varios de sus compañeritos decidían volarse por estar aburridos en la
guerrilla, a “El sembrador”, le llego su turno.
“Un día estaba prestando guardia y
me quede dormido. Debido a esto me castigaron con 500 viajes de leña. Ahí fue
donde decidí huir. Antes de que obligaran a cumplir con los viajes de leña, a
las nueve de la mañana deje todo tirado, hasta las armas, y salí corriendo solo
con el camuflado puesto hasta dónde estaba el ejército que se encontraba a 900
metros de donde yo estaba. Una vez llegue les dije que me entregaba. Me
agarraron, me hicieron tirar al suelo, me apuntaron con las armas y tenían
ganas de matarme”.
Su nueva arma
Un año después de su entrega, la cual está fresca en su memoria, “El sembrador”, hincha del equipo de fútbol Nacional de la ciudad de Medellín, amante de la ensalada de frutas y con novia desde hace cinco meses, ahora no lucha contra el ejército, la policía o los paramilitares, ni siembra minas antipersonal, sino que lucha por lograr sus sueños.
“Desde hace un año estudio y me
estoy capacitando. Estudio Mecánica Automotriz. Sueño con ser Administrador de
Empresas, tener mi casa propia y ayudar a mi familia. Es una gran oportunidad
de que me ha dado Dios. Mi familia dice que es la mejor decisión que he tomado
y que me haya reconciliado con la sociedad. Las armas ya no las necesito. Tengo
un arma mejor que es la mentalidad.
Nota al margen
La investigación realizada por el
Grupo de Memoria Histórica, GMH, en Colombia, concluyó que el conflicto armado
que lleva cinco décadas en Colombia, ha causado la muerte de aproximadamente
220 mil personas entre el primero de enero de 1958 y el 31 de diciembre de 2012.
(*) Fotos tomadas de Google