Es fin de semana. Un día después de pago de quincena. La música hace de las suyas. Se escuchan todos los ritmos. El caos vehicular es incontrolable. Carros en contravía, exceso de velocidad y motos que rugen. Las voces de los transeúntes se entrelazan. Los jóvenes salen con su mejor pinta. El ambiente es de fiesta en El Poblado.
Las cifras así lo demuestran. Durante Enero-Junio del 2011 331 homicidios se presentaron en este sector de Cali en hechos aislados. Según cifras suministradas por la Policía Metropolitana, durante el primer semestre del presente año en el Distrito de Aguablanca 304 personas fueron asesinadas con arma de fuego, 24 con arma blanca, dos con armas contundentes (piedra) y una persona por arma cortante (pico de botella).
“Urgencias”
Las sillas de aluminio ubicadas al lado y lado del salón están repletas.
Hombres, mujeres y niños se acomodan como pueden mientras esperan su turno. Muchos de ellos llevan horas esperando ser atendidos por los dos médicos y tres auxiliares de enfermería que están de turno el fin de semana.
En el medio de la sala, cerca al televisor que siempre permanece encendido, pero cuyas imágenes monótonas no generan ningún entretenimiento, se encuentra otra puerta de madera donde está ubicado el segundo guarda de seguridad privada, que controla la entrada al área de procedimiento de traumas, atendida por un médico y dos enfermeras. Además, de un consultorio donde una médica atiende a las personas con enfermedades naturales, calificadas como urgencias.
Al ingresar a la sala de traumas, veo ocho camillas muy cerca forradas en un plástico azul, camillas que buscan ser separadas por cortinas de lona del mismo color para fingir una intimidad que el espacio no permite. En una camilla se puede leer al frente “zona de reanimación”.
La sala de traumas es dominada por el olor a sangre, a solución salina e isodine, que se impregna en la nariz y en la garganta. Los quejidos que se escuchan en este lugar hacen que la piel se erice.
Frente a las camillas se halla una especie de mostrador en donde el médico y sus auxiliares atienden a los pacientes que llegan mal heridos. A sus espaldas, en un estante que cuenta con 24 gabinetes, se guardan agujas, algodones, hojas de bisturí, jeringas, dextrosa y equipos de sutura. A lado se halla una cartelera repleta de hojas en desorden, entre las cuales alcanzo a leer sobre cómo debe ser el manejo de insulina cristalina en pacientes diabéticos.
En esta sala, 25 minutos antes de mi llegada, ya habían ingresado tres jóvenes heridos con arma blanca y cuatro por arma de fuego, uno de los cuales fue remitido en estado de shock al Hospital Universitario del Valle, con dos heridas de arma de fuego en el cuello y el área precordial, debido a que el hospital no cuenta con los recursos humanos y médicos para atender este tipo de pacientes.
Permanecen en la sala de trauma un joven con una herida de bala en la pierna izquierda y otro menor, quien teniendo el brazo izquierdo enyesado por un disparo, recibió otro nuevo impacto en el mismo brazo cuando ingresaron un grupo de jóvenes pandilleros a la cancha del Barrio Alfonso Bonilla Aragón. “Tengo 15 años. Me pegaron un balazo. Se metieron en la cancha y ya”, me atinó a decir el joven herido en la camilla, a la espera de ser atendido.
“No pregunte…hágale”
“Atiéndame, atiéndame. Hágale, hágale. No pregunte.”, gritaba desesperado el joven afro descendiente al médico que le preguntó que le había pasado, mientras el chico sangraba como si fuera una manguera abierta.
“Lo vamos a vendar para detener la hemorragia. Le vamos apretar durito. Uno entiende que esta herido, pero si usted se comporta y colabora va hacer más fácil la atención”, le dijo el médico de turno, Álvaro Enrique Mendoza, un cartagenero que lleva dos meses en el Hospital.
Mientras era curado el joven, iba revelando el ataque ocurrido en el barrio El Poblado, donde había sido “cascado” según él, por robarlo. En el momento que era atendido por una de las enfermeras auxiliares –muy joven por cierto- llegó un amigo a buscarlo, al cual le habló en tono desafiante y con rabia: “Vea. Venga le digo. A Bayron le voy a matar la mamá y al primo. Todos me dejaron morir. El me casco. Yo iba con mi mujer y él me ataco”. El amigo, al escuchar dicha advertencia, solo atino a decirle: “fresco”.
“Todos los días soy amenazado de muerte”
De contextura delgada, no muy alto, trigueño, con gafas y vistiendo un batola blanca, Álvaro Enrique Mendoza, el médico de turno de 32 años y encargado de urgencias en el Hospital “Carlos Holmes Trujillo”, asegura que es una experiencia buena, chévere y rica.
Para este joven médico, siempre que llega un herido de gravedad, a pesar de que la lucha con la muerte no da espera, se debe atender con calma y prudencia porque si se toma una decisión a la ligera se puede hacer un mal diagnóstico.
Este médico oriundo de una de las zonas más turísticas de Colombia, Cartagena, y que no deja de reírse cada vez que lo abordo, sostiene que no vale la pena amargarse la vida. “Usted tiene que disfrutarla al máximo. Vivir todos los días como si fuera el último. Es muy triste ver como todos los días hay múltiples heridos. Una intolerancia muy verraca. Una guerra de un centavo…impresionante. La gente no se concientiza de que en realidad la cuestión de buscar la plata no es robando y quitarle al otro, es estudiar. Si usted estudia y se prepara, puede desarrollar múltiples cosas para buscar su sustento, pero en este sector es muy difícil”, manifestó Ernesto.
Sin dudar, me explica que dichas oportunidades de progreso se alejan dado a que el nivel educativo en este sector del Oriente de Cali es muy bajo y aún persiste el analfabetismo, llevando a que los jóvenes busquen otras opciones de vida “Eso genera mucha violencia porque las personas no buscan el trabajo, buscan la aparente plata fácil. Que de fácil no tiene nada porque igual usted se expone a que te peguen un tiro, como paso estos días con un pelado (joven) que lo cogieron robando y lo apuñalearon. Entonces eso de fácil no tiene nada”.
“Es horrible”
“Es duro. Lo que es viernes y sábado es horrible. Hoy está caliente esto. He visto sangre al piso. Me ha tocado trapear mucho. Después de las doce se comenzará a mover esto más. Muchos heridos, muchos jóvenes. Yo aquí soy nueva. Comencé ayer. Es bueno (se ríe), hay mucha función y se le pasa el tiempo ligerito”, asegura la joven mujer.
Por su parte su compañera, de mayor edad y quién lleva tres años trabajando en el Hospital, revela, mientras escurre un limpión manchado de sangre, que toda su vida ha limpiado camillas manchadas de rojo.
Para esta mujer, que en menos de una hora ya ha limpiado cuatro camillas con sangre, sostiene que la violencia entre los jóvenes la atribuye a la libertad que les han dado los padres.
“Pendiente del Nueve-Cero-Uno”
Ya son las 10:41 p.m. de la noche. No han ingresado más heridos. Hay una calma aparente.
“Yo trabajo para la Casa de Funeraria Victoria que queda a la vuelta del Hospital. Los fines de semana es donde se tiene más trabajo. Lo que es viernes, sábado, domingo y lunes. Aquí no hay consistencia, porque cuando menos piensa se desgrana esto aquí. Hay mucha competencia. Hay diferentes precios de ataúdes. De millón 200 en adelante. La diferencia es el cofre y el cementerio”. La mayoría son para jóvenes, asegura. “Pura juventud es la que más se muere”, sostiene.
“Quieren que los médicos sean dioses”
11:26 de la noche del sábado. Ingresa un hombre afro descendiente con un tiro en la pierna derecha.
“Bastantes son los problemas que se presentan cuando llegan los heridos. Sobre todo son personas muy agresivas con los médicos, enfermeras y policías. Más que todo jóvenes de pandillas cuando tiene sus conflictos y llegan heridos acá, muchas veces con tres, cuatro tiros y así quieren que los médicos sean dioses, pero ellos hacen todo lo que pueden por salvarle la vida a la persona”, revela Alfredo.
“Las pandillas a veces se enfrentan por cosas insignificantes. Ya no pueden pasar los jóvenes ni para allá ni para acá. Ya no pueden pasar, por ejemplo de El Poblado a Robles, ni de Robles a Comuneros, ni de Comuneros a los Lagos, y la verdad es que no sabemos por qué esta juventud tiene esa mentalidad como tan pobre. No debería ser así. Aquí tenemos un promedio de cuatro jóvenes muertos diarios”.
“La Morgue vacía”
11:42 p.m. de la noche. Ingresa proveniente del sector de Puertas del Sol, un joven afro descendiente de 15 años con una herida de arma de fuego en el abdomen.
Allí, en medio de un piso azul y un tarro de basura rojo, se encuentran tres planchones de aluminio vacíos. Pese a los heridos que han llegado en estado grave a la sala de urgencias del Hospital, hasta el momento no ha fallecido ninguno.
“Hijueputa, Salven a mi hermanito”
Una de la mañana del domingo. Llega un taxi con una mujer afro descendiente en estado de embarazo, quien es trasladada en camilla por uno de los policías. Otra llega en otro taxi y es ubicada en una camilla para ser atendida.
Ya a la 1 y 18 minutos de la mañana, se oye a lo lejos el sonido de la sirena de una patrulla de la Policía. A medida que se acerca el vehículo el sonido es más fuerte. El vigilante se alista para abrir la puerta una vez llegue a la reja. El momento esperado llega. Todo mundo está a la expectativa cómo si lo que fuera a suceder estuviera escrito y advertido.
De la parte trasera de la patrulla de la Policía, salen raudamente y de manera desesperada tres jóvenes llevando el cuerpo de un joven sin camisa y su cuerpo ensangrentado.
Una vez adentro llevan al joven herido a la sala de trauma y lo ubican en una de las camillas de sábanas azules que han dejado de serlo, uno de ellos pide frente al médico de turno y los policías que lo seguían, que le salven la vida a su hermanito.
Los policías como grandes esfuerzos retiran de la sala al mucho para que el médico hagan su trabajo junto con sus auxiliares, pero no logran acallar al chico que no se cansa de gritar: “Hijueputa, hijueputa. Salven a mi hermanito. Hijueputa. Hijueputa”.
Una vez afuera el hermano iracundo por lo que le sucedió a su hermano menor, golpea fuertemente la puerta de un dispensario, dejando un hueco, así como la marca en la pared de su mano ensangrentada.
“El joven de 15 años fue gravemente herido en Marroquín Dos. Llegó en regulares condiciones. Las heridas son considerables. Tiene seis. Una en cara, tórax en el lado derecho, otra en abdomen, una en brazo izquierdo, otra en brazo derecho y otra en el muslo derecho”, dijo el médico. Una vez pudo darle los primeros auxilios, de inmediato solicitó su traslado al Hospital Universitario del Valle, el mayor Centro Asistencial del Sur Occidente de Colombia.
“El trajín hospitalario”
Siendo las 2:02 minutos de la mañana del domingo, ingresa una paciente a la sala de urgencias con dolor abdominal.
3:00 de la mañana. Una joven pareja se enfrentan al guarda de seguridad y a la Policía, porque después de tres horas no atienden a su pequeño hijo.
Ya a esta hora de la madrugada, la Droguería que decía “Servicio 24 Horas”, está cerrada. Los vendedores ambulantes se han reducido. Un taxista al otro lado de la vía le avisa a una de las patrullas que está a las afueras de urgencias que hay una pelea a cuchillo a pocas cuadras.
Entre las 3:21 y 3:29 de la madrugada del domingo, ingresan dos heridos por accidente de motocicleta.
3:49 minutos de la mañana. Entra un joven de 19 años procedente del sector de Manuela Beltrán herido en la mano derecha con arma blanca luego de pelear por la “cucha” (mamá) porque según el adolescente se metieron con ella. El médico califica la herida como menor.
Ya son las 4:47 minutos de la mañana. Ingresa un mesero de 39 años herido con arma blanca en seis partes de su cuerpo.
Los familiares que lo ingresaron a la sala de urgencias no quieren abandonar el área. El paciente se queja y alega con el médico. Pese a su estado, no se deja tomar exámenes.
“Este último caso es de un paciente con múltiples heridas con arma blanca, aparentemente de ninguna gravedad, pero debe ser remitido a su EPS porque tiene un régimen contributivo”, reveló el médico del área de urgencias.
Paralelo a este paciente ingreso un habitante de la calle herido con arma blanca, luego de ser sorprendido robando contadores (instrumento para determinar el consumo de agua y luz), luego una mujer de 21 años con sobredosis de cocaína. Su esposo le dice a la Policía que estaban consumiendo “perico” en la casa, junto con otra mujer y de un momento a otro convulsiono.
Seis en punto de la mañana. Cumplí nueve horas al interior del área de urgencias del Hospital “Carlos Holmes Trujillo”. Los tres vigilantes, como los tres policías, junto al personal médico y las dos aseadoras, terminan el agitado turno. Para todo ellos, fue una jornada normal, a pesar de los heridos y la sangre que se derramó. El pan de cada día en este sector de la Capital del Valle.