Inclinada
en un rincón de la Plazoleta de San Francisco, frente a la iglesia que lleva el
mismo nombre, en el centro de Cali, Capital del departamento del Valle del
Cauca, al sur de Colombia, usando una camiseta blanca con la foto del rostro de
un hombre, debajo de la cual se lee: Julián Andrés Jaramillo Díaz, se encuentra
María Natalia Jaramillo, una niña de once años que portando en sus pequeñas
manos una biblia cubierta con un forro azul, con la cual trata de ocultarse del
ardiente sol que a esa hora cae sobre la ciudad.
María,
de rasgos delicados ensombrecidos por la tristeza que refleja su mirada, luce
una larga trenza que le llega hasta la cintura, como tratando de adornar la
foto que tiene estampada en la camiseta. Ella, junto con varias mujeres, hombres
y niños e integrantes de ONG´s, se aglomeran en un pequeño espacio de la
Plazoleta adornado por fotos de todos los colores y tamaños, así como mensajes
escritos en pendones y cartones, para conmemorar el Día Internacional de la
Desaparición Forzada, que todos los 30 de agosto se celebra en el mundo.
María,
que ahora se encuentra detrás de una pequeña
mesa cubierta por una tela blanca, estampada con huellas de pies de diferentes
colores y rodeada de fotos de hombres, mujeres y niñas desaparecidas, espera
pacientemente y sola, que se inicie la misa para leer un Salmo.
Frente
a María, sobre los muros de la iglesia de San Francisco, se pueden leer en
carteles y pedazos de cartón sobre el suelo frases como: ¿Por qué se los
llevaron? “Jakeline, tú eres la guía de nuestras vidas. Libérenla Sana y Salva.
Tú familia te espera con los brazos abiertos. Te extrañamos”. “Gracias a usted
soldado por asesinar a sangre fría a mi hija Katherine Soto Ospina”. “Ayúdenos
a encontrar a Sandra Viviana Cuellar”.
Mientras
preparan la misa y varias mujeres caminan portando camisetas donde se lee: “La
desaparición forzada en Colombia ¡SI EXISTE!, y volantes con sus seres queridos
desaparecidos, María Natalia Jaramillo con voz melancólica recuerda lo sucedido
a su padre.
“Mi papá
cuando tenía 29 años salió a trabajar. Ese día a nosotros no nos tocaba clase y
me llamo a mi celular y me dijo que por qué no había ido a estudiar. Yo le dije
que no tenía clases. Me dijo que le
pasara a mi hermano y se cortó la llamada…”.
María
hace una pequeña pausa. Trata de no llorar y respira profundo como intentando
deshacer el nudo en su garganta que casi no la deja hablar, en una voz sin aliento a pesar de su juventud sigue su
relato: “…entonces no volvió a llamar. Han pasado tres años y no ha vuelto a
llamar. Esa fue la última vez que hable con él”.
María,
que no aparta sus ojos de la biblia, recuerda que cuando su padre desapareció a
finales de mayo de 2010, tenía nueve años y estaba estudiando segundo de
primaria. A hora ya está en quinto.
A
medida que va oreando sus recuerdos, el pasado llega implacable en una galería de
imágenes nostálgica de esos días ya lejanos. María, se aferra a la biblia para
contener el llanto al hablar de los momentos que su padre se ha perdido por no estar
a su lado. Y repite una a una las frases cariñosas que Julián Andrés Jaramillo le
decía a ella y a su hermanito Julián Felipe Jaramillo, próximo a cumplir siete
años, frases que retumban en su ser como si fuera un eco acrecentado su
tristeza.
“Durante
estos tres años mi papá se ha perdido de muchas cosas. La última celebración en
que estuvo fue el bautizo de mi hermano. Mi papá se ha perdido de cuatro
cumpleaños, de mi primera comunión, también se ha perdido de los cumpleaños de
mi hermano, las notas de mi colegio y de mis diplomas. Nos decía “cachorros” cuando
nos abrazaba a mi hermano y a mí. Nos decía que nos quería a todos y nosotros
les decíamos que también”.
La
ausencia forzada de su padre, hace más de tres años, ha hecho de María una niña
adulta, que ahora piensa que nadie siente lo que ella y su familia están viviendo.
“Pues no se puede decir nada porque la familia
es la única que sentimos. Los demás no sienten nada. A veces dicen que se ponen
en el lugar de nosotros, pero no se siente igual”.
María,
que quiere ser doctora cuando sea grande, le pide a las personas que sepan del paradero
de su padre, que hagan algo para avisarle dónde está.
“Lo
extrañamos todos. Donde quiera que este, si nos escucha, que lo queremos mucho.
Que vuelva. Las personas que sepan de él, que, por favor nos llamen o que hagan
algo para podernos avisar de él”.
La entrevista
debe terminar porque la campanilla que anuncia el inicio de la misa suena.
María debe repasar las líneas del salmo que debe leer dentro de pocos minutos.
Una mujer con un megáfono y vestida con prendas sacerdotales empieza el rito
litúrgico con esta frase: “Que esta eucaristía no sea una rezadera más…”